Columna publicada en La Tercera, 03.06.2015

La derecha chilena hoy está muerta. Uno lee a los que fueron sus representantes y se encuentra con discursos inconexos con la realidad, sueños voluntaristas de poco calado político e intelectual, o fantasías casi eróticas con los nuevos ministros de Interior y Hacienda. Un coro laudatorio del paso atrás del gobierno, luego de que diera dos pasos adelante (estando a la espera para dar dos más). Es decir, la pura reacción, el pelotazo mientras se pierde por goleada, la nada. Y ese cadáver político e intelectual es motivo de risa y fiesta para la Nueva Mayoría.

Pero la derecha también es ahora un fantasma que recorre Chile. Algo que puede materializarse en una opción mejor que el cantinfleo macuquero que tenemos instalado en La Moneda.Después de todo, es difícil defender un gobierno dispuesto a mentir por nimiedades y que ha cometido tantos errores como el de Bachelet, y sería natural que una alternativa reformista prudente concitara el apoyo ciudadano. Y aunque ella todavía no existe, podría existir.  

Las opciones políticas, eso sí, no se crean de la nada. O, más bien, no tienen mucho peso si es que no conectan con tradiciones políticas vivas. Y ese es justamente el problema de la derecha: sus fuentes de sentido de los últimos 30 años se han secado. Es la paradoja de haber nacido de un proceso autoritario orientado a recuperar la democracia: una vez recuperada, la identidad política de sus herederos ya no puede fundarse en el proceso autoritario.

¿Qué tradición puede ser reivindicada entonces? ¿Desde dónde puede reencarnarse la derecha? Existen muchas posibles respuestas, varias no excluyentes. El ánimo sectario de la Nueva Mayoría nos permite explorar una de ellas. Cada vez es más común escuchar a sus paladines hablar pestes de Aylwin, Boeninger, Brunner, Escalona o Lagos. El legado de los 20 años de prosperidad de la Concertación es rechazado y llamado “neoliberalismo con rostro humano”, que en el mejor de los casos vale como prehistoria táctica del brillante futuro nuevamayoritario. Y cada vez es más común, también, que los derechistas que votaron en contra de casi todas las reformas sensatas de la Concertación, hoy las reivindiquen como grandes aciertos y admiren a sus promotores. ¿No podría, entonces, reinventarse la derecha entendiéndose como heredera de lo mejor de la antigua Concertación, que ahora la Nueva Mayoría desprecia? Es una pregunta que merece consideración.

Como antecedente, tenemos que el conservadurismo inglés moderno nace como tradición desde el ala de los antiguos liberales que se niegan en 1789 a reivindicar la revolución francesa y que sufre el desprecio y el escarnio de los jóvenes liberales. Su máximo representante fue Edmund Burke. Y el espíritu reformista y prudente de la derecha inglesa que nació de ese extraño proceso (y que dejó en el camino a los antiguos “tories”, que se entendían a sí mismos como los herederos de los derrotados de la Gloriosa Revolución de 1688, tal como la derecha chilena se entendió hasta ahora como los derrotados del plebiscito de 1988) ha seguido cosechando victorias por más de dos siglos.