Columna publicada en La Tercera, 25.03.2015

El Instituto de Estudios de la Sociedad, donde trabajo, está próximo a presentar un libro titulado “Subsidiariedad: más allá del Estado y del mercado”. Lo que buscamos con esta publicación son principalmente dos cosas: rehabilitar la discusión sobre un concepto cuyo sentido ha sido desdibujado por su uso político, y tratar de incluir un nuevo punto de vista en el actual debate público chileno.

En su último libro “Derechos sociales y educación”, Fernando Atria argumenta elegantemente contra Libertad y Desarrollo que es cierto que los privados pueden proveer bienes públicos, pero que para no corromper el estatus de esos bienes deben hacerlo sometidos a un régimen adecuado a ellos, el “régimen de lo público”. Luego describe este régimen, cuyos principios son los mismos que rigen la operación del Estado al relacionarse con quienes están sujetos a él: neutralidad y universalidad.

Este esquema, por supuesto, depende, al igual que su esquema adversario, de que los elementos en juego sean sólo cuatro: el Estado, el mercado y sus regímenes respectivos. El concepto de “público”, en este juego, es la carta que permite colonizar el espacio adversario, sometiendo al Estado a un régimen de mercado o a los privados a un régimen estatal sin privatizar o estatizar directamente (que son las posturas más radicales de uno y otro bando).

Esto permitiría configurar dos proyectos políticos perfectamente contrapuestos. Pero la pregunta es si ese esquema logra agotar los elementos que constituyen el orden social ¿Hay sólo Estado y mercado y sus respectivos regímenes? ¿Se agota la sociedad en ello? ¿Es nada más que entre esas categorías que se juega la realización humana?

El principio de subsidiariedad, en sus múltiples formulaciones, responde negativamente a estas preguntas y nos obliga a tomarnos en serio la complejidad de las formas de vida realmente existentes. Frente a la cómoda confusión de mapa y territorio que las elites instruidas en la perspectiva del derecho o la economía nos proponen, nos insta a pensar en la realización humana como un asunto que depende de una diversidad de instituciones que se necesitan entre sí, pero que son irreductibles unas a otras.

Esta visión, en vez de estrategias de colonización, nos invita a pensar formas de cooperación y pluralismo sistémico que permitan que la diversidad humana se despliegue en un ambiente de tolerancia, sin buscar reducir por la fuerza una forma de vida a otra. Esto, por supuesto, no significa la ausencia de tensiones, pero sí la renuncia a querer solucionarlas todas sometiéndolas al lecho de Procusto de un solo esquema, de un solo “modelo”.

Rehabilitar el concepto de subsidiariedad y pensar lo público desde él parece entonces una prioridad en tiempos en que los chilenos nos vemos tentados a pretender solucionar todos los problemas desde miradas que simplifican el mundo, cuando lo que tenemos que hacer, si queremos evitar la violencia, es complejizar nuestra mirada para enfrentar desafíos complejos.