Cuando la muerte se vuelve una oferta entre otras es inevitable que se instalen nuevas presiones y que el sistema se disponga a proponer cosas que antes no habrían pasado por la cabeza de nadie. Eso es lo que estaremos discutiendo, y más vale tomarlo en serio.

"No vamos a apurar un debate que es necesario", señaló este lunes la ministra vocera del gobierno, descartando así darle urgencia a la discusión sobre aborto libre. La razón es bien evidente: el gobierno sabe a ciencia cierta que en esa discusión saldría derrotado. Servía levantar el aborto como bandera en la cuenta pública, pero tiene poco sentido insistir en una mayor liberalización, ampliamente rechazada en las encuestas. Además, en otros momentos le ha servido levantar temas como este para dividir a las derechas; en esta ocasión, en cambio, ni siquiera para eso sirvió. La situación del país resultó ser demasiado grave como para que alguien enganchara en un juego como ese.
Esa urgencia sí la recibirá, sin embargo, el proyecto de eutanasia, donde la situación parece más ventajosa para el gobierno. En los sondeos de opinión pública ella goza de un amplio apoyo. Podría traerle algún triunfo legislativo a una coalición que no tendrá mucho que exhibir en los meses de campaña presidencial. Pero si uno mira más allá de esa cancha electoral, el elenco de preguntas que surgen es bien grande.
La primera de esas preguntas se refiere, de hecho, a los números de apoyo a la eutanasia. Un reciente estudio del Centro de Bioética Anscombe, en Inglaterra, mostraba que el 40% de la población sigue confundiendo la eutanasia con rechazar la prolongación artificial de la vida. Ese rechazo –obviamente justificado– infla de modo radical las cifras de apoyo a la eutanasia. A mayor conocimiento de lo que ella realmente implica, en cambio, ese apoyo popular decrece.
Esto obliga a preguntarnos qué forma debiera tomar la discusión en Chile, cómo sería un debate genuinamente informado. Puede parecer un signo de apertura el abrirse a la discusión sobre la eutanasia, un signo de que estamos atentos a las discusiones de otras tierras. Pero un gesto de apertura genuino, respetable, me parece que involucraría algo bien distinto: pasaría por abrirse a ver cómo han transcurrido realmente las cosas en esos lugares, significaría mostrar que se aprende de lo que ahí ha pasado, que se toma en cuenta la realidad de los países donde la lógica de la eutanasia ya se ha desplegado con fuerza. En lugar de solo rendirse ante ideales dulces como autonomía o compasión, un debate informado partiría de cómo es la eutanasia realmente existente.
Y he ahí el gran problema: que la eutanasia realmente existente está muy lejos del fenómeno contenido que se imagina. Quien siga de modo atento la discusión se encontrará una y otra vez con personas a las que se ofrece la eutanasia en lugar de atención médica básica, o con padres que, por ejemplo, luchan para que su hija autista no opte por la eutanasia que el sistema de salud le ofrece para aliviar su soledad. Los casos que se imaginaría como anomalías se multiplican. ¿Es esto accidental? Por el contrario: cuando la muerte se vuelve una oferta entre otras es inevitable que se instalen nuevas presiones y que el sistema se disponga a proponer cosas que antes no habrían pasado por la cabeza de nadie. Eso es lo que estaremos discutiendo, y más vale tomarlo en serio.