Opinión
Irán y la "mesa del poder"

Años atrás, la denuncia de la elite abusadora funcionaba no solo porque esta de hecho existía (y existe), sino también porque era plausible contrastarla con una sociedad víctima de esos abusos. Pero tras escándalos como el caso licencias, no tiene ya sentido –si alguna vez lo tuvo– repetir acríticamente ese tipo de discurso.

Irán y la "mesa del poder"

En Irán, ese país del que ahora tanto hablamos, hay una “mesa del poder”. Los ayatolás han mantenido el poder por ya casi cinco décadas. No solo tienen amenazantes pretensiones nucleares y han sostenido el extremismo islamista en otras zonas de la región. En su propio territorio reprimieron de manera brutal las protestas en 2021-2022, y en 2023 fueron responsables por el 74% de las condenas a muerte en el mundo. Ni hablar del trato a las mujeres. No hace falta ser un progresista occidental para observar con horror lo que se urde en esa mesa.

Pero además hay una “mesa del poder” en el sentido de que no todo el mundo tiene acceso a ella. La sociedad iraní incluye adherentes al régimen, pero también hay amplios círculos que no responden de modo alguno a los sueños de la República Islámica. Ahí está, por ejemplo, la discriminada minoría de tradición sunita y un creciente número de cristianos (es de los países con mayor tasa de crecimiento cristiano en el mundo). Por otro lado, la tasa de fecundidad –hoy un indicador de secularización, pero también de severos problemas en el horizonte– se encuentra en 1, 7. El punto, supongo, está claro: la sociedad –con todas sus imperfecciones y contradicciones– es bien distinta de la cúpula sentada a la mesa. Cuando las cosas son así, la simple denuncia de lo que ocurre en la mesa es bien comprensible.

Uno de los misterios del presente, es que una parte de la izquierda siga siendo capaz de empatizar con ese tipo de régimen. Que sea capaz de concebirlo como víctima. Al mismo tiempo, la izquierda joven logra sostener que en Chile todo sí pasa por una mesa del poder, mesa de la que no creen ser parte. Así lo presentaba estos días un video de campaña de Gonzalo Winter. Una elite repugnante lo controla todo desde su mesa, y ante eso el candidato nos ofrece redención. Como muchos ya han notado, este video grotesco nos conduce de regreso al Frente Amplio que primaba antes de llegar al gobierno, el Frente Amplio de la denuncia maniquea y las promesas exorbitantes.

De los pretendidos aprendizajes gobernando no queda rastro. Pero ese no es su único problema. Años atrás, la denuncia de la elite abusadora funcionaba no solo porque esta de hecho existía (y existe), sino también porque era plausible contrastarla con una sociedad víctima de esos abusos. Pero tras escándalos como el caso licencias, no tiene ya sentido –si alguna vez lo tuvo– repetir acríticamente ese tipo de discurso. Ya no es tan fácil, como parece serlo en Irán, el contraste entre la sociedad y la “mesa del poder”. La reconstrucción del país requiere hablar con honestidad también de la sociedad. Pero difícilmente puede pedirse eso a quienes ni siquiera hablan de modo honesto sobre sí mismos.

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