El presidente debe ante todo representar el interés nacional, y eso supone dejar los propios disgustos y gustos personales en segundo plano. Después de todo, a la India no fue a criticar la pobreza, la contaminación, el nacionalismo hindú, o el horrendo sistema de castas. Por mucho que también esas cosas –imagina uno– encarnen “todo lo que rechazo”, allá fue a representar el interés nacional.

El presidente Boric ha vuelto de la India y en su balance destaca la importancia de “abrir nuevos mercados para Chile” y trabajar “con visión de Estado”. No se trata de palabras cualesquiera. Se trata, más bien, de una confirmación y una corrección de los primeros días de su visita. Una confirmación, porque en un contexto de incertidumbre geopolítica abrir nuevos mercados efectivamente es importante. Una corrección, porque visión de Estado es lo que notoriamente había faltado las primeras veces que habló en dicho país.
No hace falta ir lejos para ilustrarlo. “Trump representa todo lo que rechazo”, afirmaba el pasado jueves. Con eso se apartaba, como es evidente, de la “visión de Estado” que ahora busca encarnar. Porque hay amplias razones para ser crítico de la política arancelaria norteamericana, pero circunstancias como estas –como lo formulara el excanciller Heraldo Muñoz– invitan a una “serena firmeza”. El presidente debe ante todo representar el interés nacional, y eso supone dejar los propios disgustos y gustos personales en segundo plano. Después de todo, a la India no fue a criticar la pobreza, la contaminación, el nacionalismo hindú, o el horrendo sistema de castas. Por mucho que también esas cosas –imagina uno– encarnen “todo lo que rechazo”, allá fue a representar el interés nacional.
Ahora bien, el problema es lo excepcional que ha sido esa representación. Sin ir más lejos, Boric partió su gobierno abrazando el proyecto plurinacional. Hoy es un adalid de la globalización y nos invita a leer The Economist, pero tres años atrás quería zanjar a nivel constitucional una orientación prioritaria de las relaciones internacionales a América Latina y el Caribe. Otro tanto cabría decir del foco de desaguisados que por largo tiempo fue la Cancillería. Y aunque algunos de estos hechos pertenecen al pasado, otros se extienden de modo inequívoco al presente: eso es lo que ocurre no solo con la política migratoria, sino también con la permanencia del PC en la Subsecretaría para las Fuerzas Armadas (un partido amigo, recordemos, de un régimen que ha venido a matar disidentes dentro de nuestras propias fronteras).
Este olvido del interés nacional –olvido que atraviesa la trayectoria del gobierno– puede tal vez mirarse como el reverso de lo que ocurre en Estados Unidos. Después de todo, su política arancelaria puede entenderse no tanto como una ideología determinada sino como una hipertrofia de dicho interés. Es lo que la consigna MAGA pone en primer plano. El gran problema, como es evidente, es que a esa hipertrofia no cabe responder ignorando que dicho interés existe y que tiene expresiones sanas. Una lección elemental, pero difícil de aprender en el ocaso del gobierno.