Columna publicada el lunes 25 de marzo de 2024 por La Segunda.

“La izquierda no es woke”, se titula la reciente obra de Susan Neiman, cuya versión castellana presentaron este viernes Josefina Araos y Carlos Peña. Como es natural, este lanzamiento ha traído de regreso la discusión sobre la política identitaria y su rol en la historia de la izquierda contemporánea. Dentro de esa discusión la tesis de Neiman es, en cierto sentido, sencilla: la izquierda identitaria habría abandonado las convicciones centrales de la izquierda ilustrada precedente; ha abandonado el universalismo, la distinción entre justicia y poder, y la fe en que el progreso es posible. Como resultado, la izquierda se habría vuelto reaccionaria, aunque esa no es su posición ni destino natural. Se trata de un tipo reconfortante de conclusión. El identitarismo ha sido un dolor de cabeza, pero viene desde fuera. En realidad, es de derecha.

Comoquiera que uno juzgue sobre las líneas centrales del argumento de Neiman, debe tenerse por bienvenida otra vuelta sobre esta discusión que lleva ya una década. Porque aunque en Chile el fenómeno haya tocado cumbre con la fallida Convención de 2022, nada permite suponer, como algunos parecen creer, que está en retirada. No solo forma el corazón del actual gobierno. También ocurre que la generación más fuertemente formada bajo esta mentalidad ha entrado recién a los espacios de poder político y cultural que, con idas y venidas, ocupará por las próximas décadas. Motivos para interrogar esta mentalidad tendremos por largo tiempo.

¿Qué decir entonces del libro de Neiman? No es este el espacio para abordar los aspectos más discutibles de la historia intelectual que traza. Sí puede ser de interés público detenerse, en cambio, en esa conclusión según la cual estas ideas serían en último término de derecha. Porque esa idea, por útil que pueda ser a la hora de conducir a la izquierda en direcciones más promisorias, tiene un grave problema: ella impide a la izquierda preguntarse en serio cómo es que el identitarismo ha llegado a desempeñar un papel tan fundamental en su historia reciente. En Chile, donde la capitulación fue virtualmente total, la pregunta parece particularmente importante.

Levantar esa pregunta no implica responder a Neiman con una crítica simétrica, señalando que la izquierda sí es por naturaleza identitaria. Más bien salta a la vista el límite de nuestras categorías usuales de derecha e izquierda para comprender fenómenos como este. Pero aunque se trate de un problema cultural y generacional más amplio, parece crucial describirlo de modo que la izquierda se pueda plantear esa elemental pregunta. ¿Cómo es que una tradición política en apariencia tan robusta pudo volverse tan permeable a lo que ahora algunos declaran ser su opuesto?