Carta publicada el miércoles 7 de octubre de 2020 por El Mercurio.

Entre múltiples muestras de afecto recibidas tras el fallecimiento de mi padre, me ha dejado pensativo el mensaje de muchos amigos católicos que han afirmado que rezarán por él. Los protestantes, después de todo, somos bastante enfáticos respecto de no orar “a” los muertos, pero tampoco “por” ellos. ¿Cómo debería responder?

Uno de mis amigos católicos, consciente de esta diferencia, me dice “no te molestará que lo trate como espero tratar a mi propio padre cuando se muera”. En esas palabras, me parece, hay algo importante no solo para nuestra vida personal, sino para la fracturada convivencia de nuestro país. Mi amigo me está pidiendo una singular valoración de su creencia, que no consiste en tratarla como si yo la considerara correcta. Lo que me pide puede expresarse, como años atrás lo formulara Miguel Orellana, distinguiendo entre “tratar algo como valioso” y “tratarlo como valioso para otros”.

Un país dividido ante importantes preguntas y enfrentado a encrucijadas decisivas no requiere que tratemos como valiosas las convicciones o identidades ajenas, ni que las eximamos de la crítica. Pero si en la discusión olvidamos que algo puede ser valioso para otros, puede que perdamos los cimientos de una convivencia valiosa para todos.