Columna publicada el domingo 17 de marzo de 2024 por La Tercera.

Buena parte del debate respecto a Gaza -con sus más de 30 mil muertes- remite a la proporcionalidad en el uso de la fuerza. Quienes defienden la estrategia de Netanyahu consideran que el ejército israelí está ejecutando lo estrictamente necesario para resguardar la seguridad del Estado frente a la amenaza terrorista. En contra de esta idea se señala que hay una desproporción en la violencia ejercida que viola tanto el derecho humanitario como los principios de la guerra justa, pudiendo los objetivos de seguridad conseguirse de forma menos cruenta.

Entre aquellos convencidos de la desproporción de la estrategia israelí se encuentra Gabriel Boric. A tanto llega esa convicción, nos dice el gobierno, que además de condenar junto a otras naciones las acciones de Israel, Boric decidió poner en riesgo el sistema de defensa chileno escalando el exabrupto diplomático hasta la exclusión de las empresas de defensa israelíes (proveedores claves de la defensa chilena) de la próxima FIDAE. Exclusión a la que siguieron Diego Ibáñez y Gonzalo Winter -al estilo de toda dupla humorística- pidiendo expulsar de Chile al embajador de Israel.

Hasta ahí, entonces, Gaza. La siguiente minuta del gobierno era celebrar sus dos años en el poder repitiendo que Chile estaba mejor que hace dos años. País normalizado. Estaban en eso cuando el alcalde de Maipú, Tomás Vodanovic, apareció en los medios pidiendo que una toma ilegal en su comuna fuera intervenida militarmente alegando descontrol del crimen organizado. Y eso (más 3000 niños sin colegio) fue todo para la minuta de la normalización.

¿Por qué Vodanovic pide militares? Porque las campañas electorales edilicias ya están andando y es una idea popular entre vecinos asustados por la crisis de seguridad que vive el país. La minuta del gobierno -que parecía redactada por María Antonieta- no servía para nada en Maipú, así como tampoco en la mayoría de las comunas oficialistas donde los alcaldes salieron también a pedir militares.

¿Tiene algún sentido utilizar militares en labores de policía? A primera vista, y según los propios militares, no. Ellos no están entrenados para cumplir labores policiacas y sus instrumentos son armas de guerra. El nivel de fuerza que toda acción militar supone es inútil o desproporcionado respecto a casi todos los escenarios civiles. Y esa desproporción normalmente implica una desventaja para la acción eficaz de los propios militares. Más todavía cuando saben que los políticos que los mandan a patrullar se lavarán las manos y los dejarán ir presos, apelando a cualquier instructivo sin sentido práctico (como el presentado por el propio gobierno la semana pasada), si efectivamente actúan. Si no hay respaldo político al uso de la fuerza, no habrá, en general, uso de la fuerza. Y ahí quedan los vecinos.

El Presidente Boric, por supuesto, sabe todo esto. Pero en vez de poner en su lugar a los alcaldes electoreros y ofrecer propuestas en seguridad que involucren más y mejores policías, se puso a coquetear frívolamente con la idea de ampliar el concepto de “infraestructura  crítica” para dejar a militares a cargo del patrullaje policial de estaciones de metro y hospitales, liberando así carabineros para otras funciones. Es decir, Boric dijo que los militares no cumplirían labores de policía, salvo en ciertos lugares.

Los países civilizados que despliegan militares para resguardar instalaciones claves lo hacen para enfrentar amenazas terroristas –de ahí el concepto de “infraestructura crítica”- y no como policías con fusiles. Esos militares desplegados, por ejemplo, en aeropuertos y centrales de energía, están listos para aniquilar combatientes enemigos, no para resguardar el orden público.

Esta nueva frivolidad presidencial, además de todo lo dicho, muestra que el problema de la proporción en el uso de la fuerza no le importa a Boric cuando hay votos involucrados. Y también que le da lo mismo si algún otro cabo, como Pedro Lavín Villalobos, termina preso por atreverse a cumplir con su deber según fue entrenado. La ganancia mediática queda en el político, el riesgo en el cabo.

Netanyahu, que por lo menos se reconoce responsable de los actos de sus tropas, debe haber sonreído.