En una era marcada por el avance de la ciencia y la técnica, un creciente bienestar económico y un aumento de las expectativas de vida, nos cuesta asumir una realidad antropológica ineludible: la muerte. En mayor o menor medida, ella ha dejado de ser un evento cotidiano y doméstico para relegarse progresivamente a las instituciones de salud, donde las personas suelen morir alejadas de sus familiares, en una soledad habitada por extraños solícitos y rodeada de máquinas. Si a lo anterior se agrega la posibilidad de que en esa etapa final de la vida, y en ese contexto, las personas pueden padecer dolores extremos, la condición del moribundo parece inhumana y, por lo tanto, un menoscabo de la dignidad inherente a cada persona. ¿Qué sentido tiene sufrir innecesariamente o convertirse en un peso para los seres queridos?

En la actualidad, frente al desafío de ofrecer una “muerte digna” a quienes se encuentren de cara a ese trance, la medicina ha desarrollado dos alternativas. La primera es una terapia integral que propone brindar compañía y control de síntomas agobiantes (dolor, dificultad respiratoria, acumulación de fluidos, etc.), junto con apoyo psicológico y afectivo. Este tipo de apoyo se denomina “cuidados paliativos”. La segunda alternativa para un “buen morir” consiste en adelantar el fallecimiento. Esto se logra de forma rápida e indolora mediante la administración de fármacos que provocan un paro cardiorrespiratorio (eutanasia), o bien aportándole al enfermo fármacos análogos en forma de comprimidos que él mismo ingiere (suicidio asistido). Nuestra cultura hoy tiende a esta segunda alternativa. Así, pareciera que una muerte médicamente asistida (que abarca tanto la eutanasia como el suicidio asistido), desplaza los cuidados paliativos a segundo plano. La muerte médicamente asistida constituye una alternativa más sencilla, rápida y menos costosa que los cuidados paliativos para aliviar el sufrimiento (físico o psíquico) vinculado al proceso de morir.

En Chile, en medio del debate ciudadano sobre la eventual legalización de la eutanasia, la entrada en vigor de una ley que garantiza el acceso universal de cuidados paliativos —la Ley 21.375—, es una iniciativa esperanzadora. A ello se suma la creación de un Sistema Nacional de Cuidados que —si bien no se limita a los cuidados paliativos— sí apunta a proteger tanto a personas dependientes como a sus cuidadores.

El objetivo de este documento es, en primer lugar, analizar la situación actual de la eutanasia y los cuidados paliativos. En segundo lugar, describir por qué la respuesta más humanitaria para paliar el sufrimiento no es la eutanasia, sino la medicina paliativa. En tercer lugar, revisar la dimensión social de los cuidados paliativos y, por último, abordar los principales retos pendientes tras la implementación del reglamento de la Ley sobre Cuidados Paliativos en nuestro país. Si bien contar con esas disposiciones legales supone un avance, los desafíos de su puesta en marcha incluyen una mayor integración de los cuidados paliativos en los sistemas de salud primaria y hospitalaria, la formación y capacitación continua de los profesionales de salud, y la promoción de una cultura que valore y entienda la importancia de estos cuidados en el contexto de enfermedades avanzadas o terminales.

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