Columna publicada en diario El Mostrador, 7.11.13

La Democracia Cristiana tuvo un auspicioso comienzo de año, marcado por una alta participación en su primaria presidencial interna. Pero no es casualidad que esto haya pasado al olvido. Luego del desastre electoral de Claudio Orrego sobrevino una difícil trastienda partidaria. Su máxima expresión, hasta ahora, ha sido la fundada renuncia de Jorge Navarrete. El corolario de este difícil 2013 han sido las recientes declaraciones de Ignacio Walker, y sus alambicados esfuerzos –¿acrobacias?– por convencernos de que la Falange está bien representada en el programa de gobierno de Michelle Bachelet. Esfuerzos que, por lo demás, no han impedido diferencias internas ni recriminaciones de varios parlamentarios de la DC, en uno u otro sentido.

Estas no son buenas noticias para quienes apreciamos la tradición política socialcristiana. Especialmente considerando el actual tono del debate público, en el que no sobra la moderación. ¿Cuáles son las causas que han llevado a la DC a este estado de cosas? ¿Qué explica este nivel de desorientación del otrora partido más importante de Chile? ¿Qué lecciones podemos sacar de este fenómeno?

Una primera explicación radica en una errada lectura del escenario político. Después de la derrota de Orrego, la autocrítica consistió, primordialmente, en que su campaña habría sido “excesivamente conservadora”. Pero esto resulta al menos discutible. Cuando no se trataba de justicia social, sus apelaciones al socialcristianismo tenían un tono bastante más cercano a la disculpa que a la convicción. Y no sólo eso: Claudio Orrego defendió categóricamente el reconocimiento legal de las uniones homosexuales, y también algunos supuestos de aborto. Al menos en estos temas, parecía estar bastante alineado con la sensibilidad predominante en Twitter.

Lo anterior, en todo caso, no es lo principal. Tal como advirtieron desde  el CED, el fracaso de Orrego se explica por los problemas internos de la Democracia Cristiana y, fundamentalmente, por el fenómeno Bachelet. Nadie discute esto en la actualidadla última encuesta CEP muestra que por ella votan electorado de izquierda, centro y derecha. Por lo demás, dar en el gusto al progresismo dista de garantizar triunfos electorales, y el sólo hecho de haber pensado algo distinto da cuenta precisamente de un grado importante de desorientación. La ciudadanía sigue viendo en temas como delincuencia, salud, educación y vivienda sus principales problemas e inquietudes. Como expresó Sergio Micco en su minuto, Chile no es la “costa de California”.

Estas erróneas lecturas políticas, que nacen de un excesivo esfuerzo por adivinar qué quieren los electores, no son fortuitas. Reflejan un problema más profundo, relativo a la falta de identidad que hoy evidencia la DC. Una buena manera de distinguir un conglomerado de otro es mirar cuáles son aquellas posiciones que está dispuesto a defender y promover siempre, independientemente de su popularidad. ¿Cuáles son aquellos temas que distinguen a la DC y por los que está dispuesta a perder votos? Actualmente, no es fácil responder a esta pregunta, cualquiera sea el asunto de que se trate. El programa de gobierno de Michelle Bachelet, entre otras cosas, apunta a la gratuidad universal en materia educativa, da señales al menos equívocas en temas constitucionales, avanza en la despenalización del aborto y promete una ley de “matrimonio” homosexual. ¿Efectivamente se trata de un programa que corresponde al ADN de la Falange? ¿En qué se ha convertido este ADN entonces? ¿Qué lo diferencia, por ejemplo, del PPD?

La falta de claridad al respecto muestra un déficit programático que contrasta con la discusión de ideas que se está dando en ambos lados del espectro político. Pero, además, y esto es lo más grave, contrasta con las raíces de la propia DC. El recientemente fallecido Alejandro Silva Bascuñan, quien fuera el abogado constitucionalista más importante de nuestro medio, y también uno de los fundadores del movimiento que dio origen a la Falange, en “Una experiencia socialcristiana” cuenta que los jóvenes falangistas se sentían muy distanciados del entonces Partido Conservador. A estos jóvenes molestaba la desmedida dependencia de la “maquinaria electoral”, que contradecía “su misma fe en la solución que vendría de los ideales proclamados, opuestos diametralmente a todo lo que ese vicio representa”.

No sólo eso. También les molestaba el “sentimiento de inferioridad, incompatible con la íntima convicción de la necesidad y conveniencia de sus postulados”. Entre otros, Silva Bascuñan destaca una visión “pluralista de la sociedad civil”, en la que las personas “no quedan inermes ante un Estado omnipotente, sino que actúan con el respaldo de todas las organizaciones intermedias que le proporcionan bienes que no competen al poder supremo y que a éste no cabe exigir”.

En momentos en que la identidad de la Democracia Cristiana dista de ser clara, resulta inevitable mirar a sus orígenes. ¿Cuántos de los problemas actuales de la DC tienen que ver con la pérdida de ese espíritu fundacional? ¿Es posible recobrarlo, considerando las características que hoy presenta la Nueva Mayoría? En “Neoliberalismo con rostro humano”, Fernando Atria afirma que, en lo sustancial, la Falange ya no puede ser distinguida del socialismo. Somos muchos los que esperamos que el académico de la Universidad Adolfo Ibáñez se equivoque. Pero, para bien o para mal, la carga de la prueba recae en la DC.