Columna publicada el domingo 21 de enero de 2024 por El Mercurio.
El 17 de diciembre, las derechas sufrieron una derrota dolorosa. A pesar de haber dispuesto de una mayoría clara en el Consejo Constitucional, y a pesar del mal momento del Gobierno, su proyecto de Carta Magna no logró persuadir a una mayoría de chilenos. Desde luego, la victoria del En contra remite a causas múltiples, y debe leerse en un contexto de hastío constitucional. Sin embargo, el resultado también desnudó la fragilidad política de la oposición: las dificultades del oficialismo no conllevan necesariamente un respaldo a la derecha.
El problema puede explicarse como sigue: hace ya demasiados años que las elecciones presidenciales se explican más por la derrota de unos que por el triunfo de otros. En otras palabras, cada triunfo presidencial ha expresado el rechazo hacia un sector más que adhesión estricta a los ganadores. Esto produce un nudo muy delicado: quien accede a la primera magistratura vive bajo la ilusión de tener un respaldo sólido; es más, toma decisiones en función de ese espejismo. Al poco tiempo, choca con la áspera realidad, abandonando sus sueños. Lo que viene es historia conocida: tratar de navegar como sea para alcanzar el fin del mandato, y esperar que la rueda vuelva a girar. Una y otra vez.
Con todo, me parece que hemos llegado a un punto en que este ciclo está dando muestras de agotamiento. A su manera, el Frente Amplio lo llevó a sus últimas posibilidades, pues, en esta ocasión, el quiebre de expectativas ha sido demasiado brutal. Si la tesis es plausible, el peor negocio que puede hacer la derecha —y esto vale para todas sus vertientes— es sentarse a esperar que el poder caiga en sus manos fruto del mero desgaste del Gobierno. Una administración fundada en esa coyuntura tendría enormes dificultades, incluso mayores que aquellas que han enfrentado los presidentes Piñera y Boric. Por de pronto, el Frente Amplio volvería, en ese caso, a la oposición, y ya sabemos cómo se comporta en ese lugar. Por otro lado, la distancia entre las posibilidades del sistema político y las expectativas de la ciudadanía alcanzaría un punto crítico, y volverían a aflorar todos los defectos de nuestra derecha (explotados por sus adversarios). La conclusión es unívoca: ganar por defecto es un escenario que —más allá de la algarabía electoral— dejaría a la derecha en una situación extraordinariamente incómoda.
Ahora bien, dado que todo grupo político aspira a conquistar el poder, no se trata de renunciar a ese objetivo. La cuestión estriba en tomarle el peso a la magnitud del desafío de gobernar Chile al día de hoy, y prepararse en consecuencia. No obstante, debe decirse que los principales dirigentes de la oposición —salvo honrosas excepciones— no parecen estar a la altura de las circunstancias, y están dedicados más bien a una actividad rutinaria, sin demasiado horizonte. Ataques al Gobierno, acusaciones constitucionales sin destino, proyectos de ley como reacción a la polémica del día en redes sociales, y así. Pero, ¿qué le van a ofrecer al país en materia de empleo, seguridad, pensiones, salud y educación? ¿Dónde están los proyectos de las derechas en cada una de estas materias; dónde está la épica indispensable para proponer un cambio de rumbo? Ni siquiera la contienda municipal, que constituye un hito clave en el camino a La Moneda, parece preocupar demasiado en las filas opositoras: no hay candidatos en comunas emblemáticas, y ni hablar de un discurso específico para enfrentar la elección de autoridades locales. A este cuadro debe añadirse el dato siguiente: si no se alcanzan algunos acuerdos en el transcurso de esta administración —pensiones y sistema político, por mencionar solo dos casos—, el próximo gobierno partirá cuesta arriba.
En muchas de estas cuestiones, resulta indispensable un trabajo profundo de elaboración doctrinaria. De lo contrario, tendremos reacciones, impulsos y vociferación, pero poco más. Por ejemplo, no cabe duda de que la seguridad le queda cómoda a la derecha; y, no obstante, ya sabemos lo que ocurre después. Las frases grandilocuentes alimentan la campaña, y se convierten al poco andar en enormes frustraciones. En rigor, hasta ahora la derecha tiene una crítica al Gobierno, tiene también una crítica a ciertas ideas de la izquierda, pero carece de algo así como una propuesta que responda a la situación del país. Sin ir más lejos, la derecha no cuenta aún con un diagnóstico más o menos claro respecto del gobierno de Sebastián Piñera: ¿qué se hizo bien, qué se hizo mal, qué faltó en esa administración? ¿Qué categorías intelectuales impidieron ver —y comprender— las sucesivas crisis que lo asolaron? Es evidente que el piñerismo no es el culpable de todos los males (como, por momentos, sugiere el mundo republicano), pero tampoco cabe ceder a la tentación de creer que allí no se cometieron errores graves.
La democracia chilena está en aprietos. Si la derecha no formula rigurosamente algunas preguntas —e intenta responderlas del modo más honesto posible— corre el serio riesgo de volver a estrellarse con todos sus fantasmas y, de paso, agravar la crisis en la que seguimos inmersos.