Columna publicada el domingo 24 de diciembre de 2023 por La Tercera.

La política está en deuda. Esa fue la principal conclusión del Presidente Gabriel Boric una vez conocidos los resultados del plebiscito. La afirmación es reveladora, pues indica la magnitud del fracaso de nuestro sistema político. Y es que, aunque la deuda ya existía para el 2019, cuando estalló la crisis más profunda desde el retorno a la democracia, hoy es aún más grande. El malestar que se expresó entre episodios de violencia inédita y protestas masivas sigue sin respuesta, mientras la clase política –más allá de las enormes diferencias entre ambos procesos– tropezó dos veces en el camino ofrecido para canalizar nuestros conflictos. Después de todo el esfuerzo, pareciera que nunca nos movimos del punto de inicio. Y lo que se puede instalar a nivel ciudadano es inquietante: la sensación de tiempo y recursos perdidos, la de tener una política más preocupada de ganar a su adversario que de responder a las demandas de la gente. En ese escenario, la izquierda que celebraba aliviada el domingo debiera estar consciente de que difícilmente será ella quien capitalice el triunfo. Al menos en el corto plazo, los que tienen más posibilidades de rentar serán los outsiders y descolgados de la derecha que ya hemos visto surgir estos días, denunciando el despilfarro, el engaño, la inconsistencia. El Presidente quizás lo intuye y por eso se mostró cauto. En lugar de celebrar, esa noche llamó a la prudencia. Es que la deuda es demasiado grande y la paciencia está a punto de acabarse. El plebiscito, más que ganadores, levantó una nueva señal de alerta que, por momentos, es casi un ultimátum: siéntense de una vez a conversar y a entregar respuesta a las preocupaciones de la gente. 

Sin embargo, la ofensiva oficialista al día siguiente se aleja de la cautela inicial del Presidente. A primera hora del lunes se anunció que presentarían las indicaciones para la reforma de pensiones, la misma que hasta el domingo no había logrado alcanzar mayorías. Y el anuncio se hizo emplazando a la oposición: la ministra Tohá declaró esperar en la respuesta de la derecha un reconocimiento de su derrota. Ante el cambio de circunstancias, la oposición debiera renunciar a su postura en materia previsional, como si solo hubiera estado justificada por el contexto, y como si el resultado del plebiscito hubiera mostrado que tal posición ya no tiene apoyo. Se trata de una interpretación rápida y equivocada. En esa ofensiva, donde insisten que los puntos extra de cotización vayan al fondo solidario, el gobierno arriesga no solo a alejar a una derecha que se siente amenazada (y que durante las últimas semanas fue acusada de antidemocrática), sino a persistir en una propuesta que no tiene adhesión mayoritaria a nivel ciudadano. Por más que Paulina Vodanovic afirme que el plebiscito mostró que la gente no quiere consolidar el modelo de las Isapres y las AFP, los estudios disponibles indican que las personas quieren ser propietarias de sus fondos y que tienen poca disposición a un pilar solidario, al menos en los términos planteados por el gobierno. Nada de eso cambia con el triunfo del En contra. Una elección establece con claridad ganadores y perdedores, pero interpretar su significado toma un poco más de tiempo. Y los datos a mano exigen mayor cuidado. 

El gobierno olvidó rápido que la deuda de la política es de todos, y que solo podrá saldarse si todos son capaces de ceder. Porque la gente está enojada con la clase política completa, y sus vaivenes en las sucesivas elecciones prueban que ninguna opción termina de conectar con sus aspiraciones. Pero entender esto implica apropiarse de una premisa hoy poco apreciada: el adversario no es ilegítimo, sino que defiende algo valioso. En medio de un escenario fragmentado, donde los triunfos son circunstanciales y los votos prestados, el objetivo debiera ser mostrar capacidad de renuncia, antes que hablar a los propios. Y es el gobierno quien debe liderar ese desafío. A cargo de los destinos del país, es el primer responsable en crear las condiciones para el diálogo, donde se cede no por derrotados, sino porque es el requisito para alcanzar acuerdos con quienes se piensa distinto, pero se participa del mismo juego y de una misma vocación: el bien de todos. En eso consiste en alguna medida la democracia.