Columna publicada el martes 21 de diciembre de 2021 por La Tercera.

Para la derecha no está mal mirar el vaso medio lleno. Si en las elecciones de mayo ni siquiera llegó a su tercio histórico, ahora alcanzó una cantidad de votos cercana a su mejor balotaje y antes, en los comicios de noviembre, consiguió un resultado parlamentario más que digno, sobre todo en el Senado. Es una señal para el resto del país y para las propias filas oficialistas; un punto de partida sobre el cual construir. 

Pero, dicho eso, el balance del segundo Piñera es trágico. Si no fuera por la exitosa vacunación masiva, entraría en el podio de los peores gobiernos de nuestra historia republicana. Cayó en la borrachera electoral (veremos si Gabriel Boric logra evitar este problema); no cumplió sus promesas (basta recordar la clase media protegida); no resguardó el orden público (comía pizza mientras quemaban Santiago); fue incapaz de conducir la crisis de octubre (en la hora más oscura tuvo que limitarse, cual ONG, a convocar al diálogo); deterioró la institución presidencial a niveles inauditos (perdió el tercio y los retiros), etcétera. 

Es verdad —como suele argüir el entorno de Piñera— que la oposición fue sumamente mezquina y validó la violencia, pero la derecha no puede cometer el mismo error que la fenecida Concertación: hay que hacer el inventario de lo ocurrido durante los últimos cuatro años. Porque, guste o no, tanto la Convención como el nuevo gobierno de Apruebo Dignidad son el principal legado del piñerismo. 

En ese ejercicio de autocrítica será fundamental que todas las almas de la derecha —desde Kast a Kast, pasando por Matthei, Desbordes y tantos otros— sepan conversar y evaluar sus respectivos puntos ciegos. Por mencionar sólo un ejemplo, los “duros” hoy tienen fundamento para argumentar que los “dialogantes” fueron demasiado optimistas respecto de la capacidad e intención de diálogo de las fuerzas de izquierda (habrá que ver si el Boric 2.0 persevera en su giro y altera este cuadro). Pero después del 80% del Apruebo y del aplastante triunfo del Presidente electo en Puente Alto, Maipú, La Florida y tantas otras comunas medias o populares, los “blandos” bien pueden replicar que la pulsión de cambio está definitivamente arraigada. Y que, por tanto, el desafío de la derecha es ofrecer su propio proyecto de transformaciones sociales.

En otras palabras, la tarea de la derecha de cara al nuevo ciclo es volver a hacer política mirando tanto a la sociedad como al adversario: a ambos. El error sistemático de algunos fue resistirse a observar con ojos desapasionados la vida cotidiana de las mismas personas cuyo protagonismo se predica. En términos simples, el malestar no era un invento. Pero esa indispensable crítica al déficit territorial y sociológico del sector debe ir de la mano no sólo de un recambio generacional, sino también de una estrategia proporcionada a los diversos riesgos que enfrenta el país. Vaya legado.