Columna publicada el domingo 10 de diciembre de 2023 por El Mercurio.

Manuel Valls, destacado político francés, solía decir que la izquierda tiene dos versiones imposibles de conciliar y que más vale asumirlo. Valls fue primer ministro del socialista François Hollande y fracasó en su intento por encarnar una izquierda socialdemócrata: terminó pulverizado entre el fenómeno Macron y una izquierda nostálgica de la revolución, liderada por Jean-Luc Mélenchon. Sin embargo, su pregunta sigue siendo pertinente: ¿qué tan compatibles son las distintas variantes de la izquierda? ¿Hasta dónde es posible administrar razonablemente los desacuerdos entre ellas?

La pregunta no es meramente retórica y guarda directa relación con nuestra escena. En efecto, el actual Gobierno está integrado por grupos cuyas relaciones no siempre han sido pacíficas. Sin ir más lejos, al iniciarse la actual administración, ese genio político llamado Giorgio Jackson elaboró la teoría de los dos anillos, que buscaba sumar al socialismo democrático (sus votos eran necesarios en el Parlamento), pero dejándolo en una segunda línea, por debajo de Apruebo Dignidad. Era un modo de decirle a la ex-Concertación: los necesitamos tanto como los despreciamos. La posición subordinada de la centroizquierda quedó clara desde un principio, y nadie puede alegar engaño.

Es verdad que luego del 4 de septiembre, el Presidente Boric abandonó su diseño original, pero subsistió —de modo más o menos explícito— la tesis según la cual unos eran más iguales que otros. Este desajuste está en el centro de las dificultades que día a día enfrenta el Gobierno, porque los rostros de socialismo democrático están presentes en materias altamente sensibles —economía, seguridad, migración—, pero el centro de las decisiones parece estar en otro lugar. Esto deja a varios ministros en una posición extraña, en la medida en que pagan costos por una agenda que no les acomoda del todo. En principio, esto tiene su lógica, pues nunca ha sido gratis ser oficialista. No obstante, aquí la cuestión es un poco distinta: hay unos pocos que asumen toda la responsabilidad, y no parecen estar en el centro de las decisiones; mientras otros están más cerca del poder y, al mismo tiempo, logran eludir las situaciones delicadas. El hecho afloró en la disputa entre las ministras Vallejo y Tohá, y dejó ver una fisura muy profunda en el mismo Palacio de la Moneda.

Si se quiere, este es el nudo central de las dificultades que enfrenta el Gobierno que, por momentos, se ve paralizado. La verborrea del Presidente no es más que un esfuerzo —cada vez más vano— por ocultar su carencia de dirección, en la medida en que esa fisura le impide avanzar en alguna dirección. Los ejemplos sobran, pero baste mencionar dos especialmente relevantes. La crisis de las isapres amenaza con convertirse, en breve plazo, en una catástrofe sanitaria de alto impacto. Sin embargo, en el Gobierno operan dos fuerzas contrarias, sin que el mandatario se digne tomar una decisión. En rigor, no tenemos idea de cuál es la intención del Ejecutivo en esta materia. ¿Reforma integral, ajuste del sistema, nuevas reglas para un sistema mixto? ¿Colapso de las isapres para transformarlo todo luego? Misterio insondable, pues hay tantas opiniones como dirigentes involucrados. El otro ejemplo es la condonación del CAE. Mientras nuestro sistema educativo sufre una crisis sin precedentes, el subsecretario de Educación anunció esta medida, a partir de la presión ejercida por parlamentarios del Frente Amplio. La medida cuesta unos 11 mil millones de dólares (11% del PIB) y, por lo mismo, el ministro Marcel debió salir a poner paños fríos: no hay recursos para algo así. La pregunta entonces es, ¿quién fija la línea, cuál es la coherencia interna del Gobierno? ¿Dónde diablos está el piloto?

De algún modo, los ministros del socialismo democrático cumplen la función del arquero: intentan atajar todo lo que pueden. No obstante, y llegados a este punto, uno tiene el derecho a preguntarse si acaso esa generación no está llamada a algo más. Después de todo, si solo atajan es porque tienen escasa libertad de movimiento y porque han aceptado de facto la subordinación a la izquierda más irreflexiva. Dicho de otro modo, el socialismo democrático nunca ha fijado sus condiciones de ingreso y permanencia al Gobierno. ¿Cuáles son sus líneas rojas, hasta dónde están dispuestos a llegar en la destrucción de su trayectoria y credibilidad? ¿Qué proyecto están alimentando? Ya vimos, por ejemplo, que los indultos no fueron un límite, incluso mientras se negociaba un acuerdo en seguridad. ¿Lo serán las isapres, el CAE o la cuestión migratoria? No deja de ser sintomático que el presidente de la Juventud Socialista, Allan Álvarez, haya sido quien más frontalmente formuló una crítica robusta al infantilismo del Frente Amplio en lo referido al CAE. En rigor, sus mayores parecen embrujados por un hechizo del que no pueden librarse. La centroizquierda ya se suicidó una vez el 2011, y todo indica que está muy cerca de hacerlo de nuevo.

La política es una correlación de fuerzas que debe hacerse valer con cierta frecuencia. En rigor, quienes renuncian a explicitar esa correlación trabajan para un proyecto ajeno. El gran talento del Presidente Boric es su capacidad para preservar el equívoco que hace posible su gobierno.