Columna publicada el domingo 3 de diciembre de 2023 por La Tercera.

Hace algunos meses el destacado periodista Daniel Matamala concordaba con mi diagnóstico respecto a la necesidad de una tregua de élites para poder comenzar a trabajar en un nuevo pacto de clases. En ese tiempo ambos imaginábamos dicha tregua como un acuerdo reflexivo de agentes racionales en vistas a los intereses superiores del país. Dicha visión, sin embargo, sufría de ingenuidad: nuestras élites políticas llevan en una lucha a muerte durante al menos diez años, y ese enfrentamiento sólo se ha hecho más cruento e irracional con el paso del tiempo. Nuestra política se ha convertido en una máquina de moler prestigio, amistad cívica y estándares básicos. Es el reality show más vomitivo y caro de nuestra historia, y ninguno de sus participantes ha salido indemne. Es iluso esperar que de los laberintos de la mentira, el odio y la manipulación surjan actitudes que requieren generosidad, nobleza y reflexividad.

Si no es posible, entonces, producir una tregua de élites en el plano del diálogo racional para lograr que la política comience a hacerse cargo de los problemas del país, ¿debemos asumir que nuestra democracia está condenada y buscar alternativas autoritarias? En mi opinión, nos quedan todavía cartas por jugar antes de entrar a las ligas de los Chávez y los Bukeles. Y considero que la posibilidad de aprobar el nuevo proyecto constitucional es una de las más importantes entre ellas. Esto, porque somete a las élites políticas a un régimen que las obligará a reorganizarse y tomar decisiones en conjunto, aunque no lo quieran. A diferencia del proyecto de la fracasada convención, que era un intento de asalto al Estado por parte de grupos radicales desde una hoja en blanco, la propuesta que votaremos el 17 de diciembre nace constreñida por una serie de limitaciones que la vuelven un proyecto de vía media, aunque contenga elementos puntuales conservadores.

Este proyecto reforma el sistema político para disminuir su actual fragmentación, impulsa la modernización del Estado en varios niveles y combina de distintas formas el diseño de un Estado social y democrático de derecho con el de un Estado subsidiario. Esto último enfurece tanto a la extrema izquierda como a la extrema derecha, que persiguen modelos “puros”, y eso explica que ambas estén liderando la campaña por el “en contra”. Una buena noticia para la mayoría ciudadana que no está buscando planes de refundación radical, sino reformas bien encaminadas. Finalmente, de aprobarse la propuesta, su primer aterrizaje quedaría en manos del gobierno vigente, lo que le daría propósito y sentido a una administración perdida, pero además moderaría los elementos conservadores que han generado molestia en algunos círculos liberales y de izquierda.

En suma,  la aprobación de esta propuesta constitucional, en sus efectos, genera algo similar a la tregua de élites que parece hoy inalcanzable por vía del diálogo reflexivo. En ese sentido, el diseño de contrapesos y filtros establecido para contener el debate legislativo del segundo proceso constitucional efectivamente produjo los frutos deseados: un comité experto donde operaron las mayorías existentes en el congreso diseñó, respetando doce bases preacordadas, una propuesta que luego fue revisada y expandida por una mayoría electa para eso, donde predominaron los Republicanos. El resultado, entonces, es equilibrado. Nadie pudo llevarse la pelota para la casa. Al contrario, el conjunto liderado por José Antonio Kast tuvo que hacer importantes concesiones programáticas y políticas para mantenerse dentro de los márgenes del acuerdo. Por lo mismo, el primer y el segundo proceso no se parecen casi en nada.

No sé cómo pretende votar Daniel Matamala en el plebiscito. Leyendo sus columnas, pensaría que en contra. Por lo mismo, querría llamarlo a él y a quienes se sienten representados por sus opiniones a evaluar con cuidado el escenario político, los contenidos reales de la propuesta, y la forma en que ambos factores van a interactuar en la realidad. No sea cosa que la última oportunidad para salvar de la ruina nuestro régimen democrático esté pasando frente a nosotros, y la misma polarización mezquina que pretendemos combatir no nos deje verla.