Columna publicada el viernes 1 de diciembre de 2023 por El País Chile.

Al igual que el proceso constitucional anterior, el proceso actual ha contribuido a mostrar cómo se han movido las placas tectónicas de nuestra política desde el estallido en adelante. Ese proceso ya estaba ocurriendo desde antes, y se ha ido consolidando en la izquierda con la aparición del Frente Amplio (aunque con enormes dificultades para gobernar). En la derecha, los signos de este reacomodo aparecieron con la primera carrera presidencial de José Antonio Kast en 2017, y luego la aparición del Partido Republicano. Esta nueva derecha se sostuvo originalmente sobre una agenda muy crítica con las versiones moderadas de ese sector. La llamaron derechita cobarde, light, amarilla, acomplejada, entre otros epítetos. A su alero, también, comenzó a manifestarse una contracultura de ese sector, que no solo defiende una vuelta a los cimientos, sino que lo hace desde la provocación y la agresión permanente.

Kast fue descrito como el non plus ultra del mundo conservador. Pero en el transcurso de este año, su movimiento ha comenzado a escindirse, acusado esta vez él como entreguista, acomplejado o débil. Cría cuervos y te sacarán los ojos, reza el refrán. Más allá de su responsabilidad en ese proceso político (que ya habrá tiempo para comentar en el futuro), lo cierto es que hoy el Partido Republicano ya no es la fuerza política que está más a la derecha de nuestro espectro. Voceros antes separados han hecho causa común y disparan con fuerza contra los republicanos por su participación en el debate constitucional, su respeto de las 12 bases y la articulación de un texto que, nos guste más o menos, recoge banderas históricas de la centroizquierda. Algo de esto había aparecido con el senador republicano Rojo Edwards y su oposición interna a Kast desde el movimiento “Un Militante Un Voto” (UMUV), pero hoy, frente al plebiscito del 17 de diciembre, ha ganado en tracción.

Son ellos (y, particularmente, ellas), los grupos a la derecha de JAK, quienes han asumido el protagonismo de la opción “En contra” a la nueva constitución desde la derecha. Es lo que representan los ácidos comentarios de Iván Poduje, que rompe un ejemplar del proyecto en un video; la agresividad desfachatada de Teresa Marinovic; el megáfono y el apriete de Francisco Muñoz, antes conocido como “Pancho Malo”; los seudoanálisis políticos de Vanessa Kaiser y su fijación con la Agenda 2030 de la ONU. Son ellos quienes quedan en pie ante un eventual fracaso del partido de Kast, es su estilo rompedor el que ganaría tracción frente a ese escenario. Es decir, no solo las ideas que ellos defienden (que no parecen estar tan claras), sino también un modo de enfrentar la discusión que se volvería más atractivo, hermanándonos con los procesos que ya hemos visto en otros países. Por paradójico que suene, en esta coyuntura José Antonio Kast es el cerco sanitario que contiene a la derecha disruptiva. No era descabellado que algo así sucediera: pese a todas las críticas que uno pudiera formular contra el candidato, es innegable que se trata de un personaje de talante más bien institucional, con una trayectoria hecha al alero de un partido tradicional, y sin la retórica extravagante de Donald Trump, Javier Milei y Jair Bolsonaro. Las ideas que antes eran indecibles se suman a un estilo todavía más confrontacional y desestabilizador.

Cuando fracasa la política institucional, cuando esta naufraga en su propia imposibilidad de generar soluciones (y vaya que tenemos temas en los que ha sido difícil avanzar, descontando la constitución), ganan los outsiders. Es esa situación la que las izquierdas criollas no parecen calibrar correctamente, ni entender la dimensión del adversario con el que hoy comparten techo. El riesgo no está simplemente en materia de ideas, sino también en temas que debieran ser caros para aquel sector: el cuidado de las instituciones, la relevancia de los tratados internacionales, la posibilidad de un diálogo democrático. Esa derecha sin filtros es tan eficaz como corrosiva, pues toca una fibra sensible en la ciudadanía, la fibra de un país cansado, molesto, decepcionado con sus representantes, que no solo quiere que se jodan algunos, como apareció en la franja publicitaria de la opción “A favor”, sino que busca el desmontaje, el “que se vayan todos”, el “la casta tiene miedo”. 

Harían bien en considerar lo que están alentando. No vaya a ser que un eventual triunfo termine con la izquierda engullida por sus aliados circunstanciales.