Columna publicada el martes 24 de octubre de 2023 por El Líbero.

“Vamos a meterle inestabilidad al país”, dijo en alguna ocasión el embajador de Chile en Brasil, Sebastián Depolo. Esa frase se volvió icónica porque representaba bien una sincera realidad: siempre habrá individuos que se esforzarán por prolongar la incertidumbre en cualquier ámbito de cosas. Los motivos suelen ser diversos: búsqueda de beneficios personales, percepciones distintas sobre cómo deberían gestionarse los problemas, oportunismo o simplemente las convicciones del caso. Lo vimos hace cuatro años, durante el estallido de octubre, cuando amplios sectores se sumaron a un proceso desestabilizador que finalmente no terminó donde anhelaban los partidarios de la revuelta. También lo presenciamos durante la fracasada Convención Constitucional y en el entorno de la actual administración.

Dicha actitud vuelve a repetirse, pero ahora frente al nuevo proceso constitucional. A falta de cerrar algunas discusiones en la Comisión Mixta, todo indica que la ciudadanía recibirá un texto aceptable. La propuesta se ha afinado a lo largo de diversas etapas técnicas y de representación popular, quedando en algunos puntos mejor que la Constitución vigente. Aun así, lamentablemente, la voz de aquellos que buscan preservar la incertidumbre volvió a aparecer. Por un lado, algunos insisten en la necesidad de un tercer intento. En palabras del alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, “Este proceso continuará hasta que tengamos una Constitución elaborada por una asamblea constituyente”. Y por la otra vereda, algunos desean que la instancia fracase por el hecho de que simplemente nunca estuvieron de acuerdo con su existencia. Así, en lugar de aportar a la discusión de los posibles aspectos a mejorar de la propuesta, la intención de ambos polos es desmantelar el esfuerzo de salida —limitado pero real— a la crisis institucional.

En efecto, a pesar de estar en las antípodas, actores como Daniel Jadue, Marcos Barraza, Teresa Marinovic o Vanessa Kaiser comparten una manera de razonar, opinar y hacer política. Todos ellos son expertos en el empleo de consignas con la dosis de conflictividad necesaria para volver atractivo su mensaje. Luego, siempre tienden a criticar la sola posibilidad de acuerdos políticos amplios. Tras esta lógica subyacen tres motivaciones, más o menos expresas según el caso. En primer lugar, una desconfianza hacia cualquier forma de consenso político. En segundo lugar, la tentación de considerar a sus adversarios como ilegítimos en su dimensión moral. Y en tercer lugar, esta actitud resulta ser un buen negocio: el caos genera polarización y estas voces se benefician de ello.

Como resultado, este tipo de liderazgos y los círculos que los siguen han declarado que votarán en contra por razones similares. Lo curioso es que la confluencia entre antagonistas no les haga dudar ni un ápice. El asunto no deja de ser llamativo. Por ejemplo, Barraza y el Partido Comunista critican el proyecto por la bajada del Estado Social de Derecho, alegando que se constitucionalizan las AFP, las Isapres y se precarizan los derechos sociales. Mientras tanto, Vanessa Kaiser y otros han sostenido que el Estado social y la subsidiariedad serían incompatibles (afirmación que, por cierto, no tiene sustento en el derecho comparado, tal como sostuvo la Comisión de Venecia). En su intento por desacreditar un proceso político, la crítica de estos rentistas del caos ni siquiera intenta describir lo que dice el texto.

Afortunadamente, y como comprendió de modo zigzagueante el Partido Republicano después de obtener la mayoría del Consejo, la verdadera política no se reduce al mero espectáculo del conflicto. Superar momentos complejos mediante la destrucción de buenos acuerdos políticos no requiere mucho sacrificio; pero otra cosa es intentar dibujar caminos constructivos de solución. En este caso, al renunciar a esa opción, aquellos que buscan preservar el caos están colaborando paradójicamente entre sí. El resultado es una ultraderecha que, con más o menos consciencia, ayuda a mantener con vida el sueño de aquella ultraizquierda que celebró la destrucción de nuestras ciudades: una asamblea constituyente al estilo Jadue.