Columna publicada el lunes 23 de octubre de 2023 por La Segunda.

Ante nuestra mirada se ha vuelto a instalar un mundo lleno de riesgos, tensiones y guerras, algo más parecido a la milenaria experiencia humana que a esa extraña bonanza de las décadas pasadas. Ese escenario exigirá ajustes fundamentales. Necesitaremos una diplomacia cuya profesionalidad hoy está en tela de juicio, y unas relaciones internacionales revestidas de especial madurez. Pero en todo esto se cruza algo más, una pregunta que podríamos designar como la del lente moral. ¿Qué lente moral es el que inspira nuestra mirada sobre ese campo de crudo realismo que son las relaciones internacionales?

La pregunta es relevante porque en la generación que hoy gobierna ha predominado uno muy fácil de identificar: hay que estar con los oprimidos y contra los opresores. Es un lente que se puede usar en todo tipo de conflictos e inspira todo tipo de corrientes intelectuales. Es una mirada que entronca con un instinto noble y que a veces permite genuinos aciertos (al presidente Boric le ha permitido disentir, por ejemplo, de la fidelidad a Rusia que promueve el PC). Pero es un lente que a la mínima complejidad –y vaya que hay complejidad en este campo– amenaza con romperse y dejarnos ciegos: cuando una facción de los oprimidos se comporta como unos salvajes, los defensores de los oprimidos quedan desprovistos de toda orientación.

Puede ser un buen momento para volver entonces a pensar sobre un lente distinto, el de la proximidad moral. Como escribía Agustín de Hipona, en tiempos tan inciertos como los nuestros, hay “un mayor deber de cuidado respecto de los que por cierto tipo de suerte tenemos más cerca”. La humanidad toda puede ser objeto de nuestra preocupación, no hay nadie que nos deba ser ajeno; y sin embargo, nuestros deberes se encuentran jerarquizados. No podemos ser útiles a todos, y tenemos que concentrarnos por tanto en los deberes que nacen de ciertas relaciones persistentes. Deberes de cuidado por nuestros hijos o conciudadanos. Puede pensarse esta idea de proximidad como el trasfondo ético de un principio político como el de la subsidiariedad.

De ahí no se sigue, como debiera ser obvio, la indiferencia por el contexto mundial en que vivimos. Pensar desde la proximidad moral no significa ignorar los problemas lejanos. Puede significar tener especialmente presentes aquellas tierras lejanas que han dado habitantes a nuestro propio país. Pero como se trata de una proximidad moral y no meramente física, es bien elástico el rango de cuestiones que esta mirada permite incorporar. Es un criterio algo difuso, como la misma subsidiariedad, pero tal vez esa sea hoy una de sus ventajas: es para el simplismo más ramplón para el que hay que buscar alternativas.