Columna publicada el miércoles 11 de octubre de 2023 por El Mercurio.

En el tercer día del conflicto, el Presidente Boric incluyó a Hamas en su condena de la nueva ola de violencia entre Israel y este grupo. Tal aclaración se había vuelto indispensable a la luz de las declaraciones formales e informales del resto de su mundo. En España Pablo Iglesias había fijado el tono desde el primer día, escribiendo que “El pueblo palestino sufre la ocupación, la violencia colonial y el apartheid”. En distintas versiones, sus emuladores chilenos se habían sumado a este discurso simplista.

Como quiera que se mire el conjunto del conflicto y la respuesta de Israel, el singular modo en que la nueva izquierda ha abordado la causa palestina merece una atención especial.

La primera pregunta que hay que hacerse es cuánta preocupación efectiva por las personas que sufren puede haber tras un elenco tan superficial y rutinario de declaraciones. Se trata, tristemente, de frases hechas que no revelan ni el más mínimo interés por las acciones concretas de esta semana (hechos en los que actuó Hamas, no “el pueblo palestino”). Hubo un ataque brutal sobre civiles y buena parte de nuestra izquierda respondió con fórmulas abstractas que podrían ser recicladas de una intifada anterior. Cuando eso ocurre cuesta evitar la sospecha de que todo se trata de ellos; no de las tragedias que ocurren en el mundo, sino de la nueva oportunidad que han encontrado para mostrar su superioridad moral reciclando viejas consignas.

La incapacidad de nombrar y juzgar a Hamas (ausente, por ejemplo, de una larga declaración del PC) es muy reveladora. Se trata, después de todo, de un grupo que no solo Estados Unidos, sino también la Unión Europea clasifica como organización terrorista. No es ningún misterio con qué países uno se alinea al adoptar, en cambio, una mirada benevolente sobre los controladores de Gaza. Más allá de la acción terrorista, con todo, cabe notar lo singular que resulta esta deferencia respecto de un movimiento integrista. Nuestra izquierda nos advierte sobre la “ola autoritaria” o conservadora que se cerniría sobre el mundo, mientras coquetea con una de sus truculentas versiones islamistas.

Por último, cabe notar el modo en que todo esto se cruza con la tendencia victimista del presente. Esta, después de todo, es una corrupción de la atención especial que efectivamente merece el débil. Es la irreflexiva indignación de los que al tener identificado al partido más débil creen tener ya resuelto lo que hay que hacer y decir. A veces ese es un negocio comunicacionalmente rentable. ¿Pero qué ocurre cuando el partido de los débiles, o una porción del mismo, lanza un ataque indiscriminado sobre civiles, cuando mata y secuestra sin piedad? ¿Qué pasa cuando oprime, usa y manda a la muerte a su propia gente? Por muy victimista que sea nuestra cultura, historias como esta tienen suficiente complejidad como para que esta vez la izquierda haya hecho un negocio insostenible. Es lo que seguramente captó el Presidente. Pero se trata, con toda probabilidad, de un muy mal negocio también para la causa palestina. El vínculo predilecto que cierta izquierda ha tenido con ella, en medio de todos los conflictos y grupos oprimidos que hay en el mundo, es una historia digna de ser contada. Al final de esa historia, sin embargo, esta nueva izquierda se ha vuelto su peor aliado.