Columna publicada el domingo 8 de octubre de 2023 por El Mercurio.

El plebiscito constitucional tendrá lugar en poco más de dos meses, y lo menos que puede decirse es que el partido está abierto. No pretendo negar que —en general— las encuestas marcan una tendencia. No obstante, hay buenos motivos para pensar que es pronto para sacar conclusiones definitivas. Por de pronto, todo plebiscito se ordena en torno a dos o tres ejes, y no sabemos cuáles serán en esta ocasión. ¿Contribuciones, migración, aborto, seguridad? Todas las alternativas están disponibles, y quien logre imponer sus temas ganará una ventaja considerable de cara al 17 de diciembre. Este es el motivo en virtud del cual nadie quiere mostrar sus fichas. Hay demasiado en juego, todos arriesgan mucho y faltan etapas relevantes.

Puede añadirse un segundo argumento, conectado con el anterior: esta no es una elección normal y, por tanto, no tenemos mucho punto de comparación. Me temo que el error que está cometiendo la izquierda, o parte de ella, es leer este proceso como si fuera exactamente simétrico al anterior. Así, tendríamos un sector hegemónico que impone su punto de vista y propone un texto que luego es ampliamente rechazado por la ciudadanía. Por lo mismo, el oficialismo ha seguido al pie de la letra el guion empleado por las derechas en el fallido proceso: denunciar por todos los medios la aplanadora de quienes tienen mayoría, tratar de explotar al máximo los puntos débiles del estado actual del texto, e incidir por fuera ya que no puede hacerlo por dentro. Dado que todo esto ya funcionó una vez, ¿por qué no repetirlo tal cual?

La estrategia es tentadora y, sin embargo, deja flancos abiertos. Desde luego, se puede ser muy crítico de la conducción del Consejo, pero el paralelo con los excesos de la Convención es limitado. Por más que pese, los republicanos no son el reverso de la Lista del pueblo, y la izquierda haría bien en comprenderlo: no se puede combatir aquello que no se comprende. Además, ese argumento supone una acrobacia retórica que tiene sus costos, pues exige criticar todo lo que ayer se defendía enfáticamente. Para decirlo en simple, aquellos que defendieron el “Apruebo” tienen escasa credibilidad a la hora de criticar el proceso en curso.

Con todo, la dificultad principal va por otro lado, y guarda relación con el gobierno, que es el elefante en la habitación. Esto puede ilustrarse como sigue. Hace algunas semanas, el presidente Boric afirmó que la derecha no encontraría un antagonista en su persona. Si buscaban torearlo, quiso decir, tendrían que sentarse a esperar. La declaración buscaba no caer en la trampa de transformar la contienda en un plebiscito respecto del ejecutivo, pues el mandatario sabe que allí no tiene nada que ganar. En este punto reside toda la diferencia con el 4 de septiembre. El año pasado, la baja popularidad del gobierno alimentó la dinámica del “Rechazo”. La derrota no fue sólo del proyecto y de la Convención, sino que también del ejecutivo. Hoy por hoy, las izquierdas no sólo carecen de un resorte de ese tipo, sino que deben evitar ponerse en primera línea. En efecto, una actitud así involucraría de inmediato al gobierno en la contienda. La cuadratura del círculo es difícil, por no decir imposible: hay que antagonizar sin antagonizar. No es fácil levantar una campaña desde ese lugar. Si decide ir por el “En contra”, el oficialismo tendrá la difícil tarea de no trabajar para el adversario, regalándole a la opción “A favor” el amplio rechazo al gobierno. Quizás sea más simple asumir, de una buena vez, la monumental derrota sufrida un año atrás.

En cualquier caso, este cuadro tiene su correspondencia en la derecha. En efecto, el mundo republicano tiene su propio desafío, que pasa básicamente por estar dispuestos a entrar en una negociación amplia, y facilitar la tarea de aquella izquierda que entiende que tiene demasiado que perder en caso de derrota. Dicho de otro modo, debe entrar en una lógica de generación de confianza, de diálogo y de esfuerzos —de seguro dolorosos— para construir consensos. Si las izquierdas no quisieron hacerlo en el proceso anterior, pues bien, esta es la ocasión para que los republicanos den pruebas de su compromiso democrático, y de que no son el espejo invertido del Frente Amplio.

Como puede verse, todas las fuerzas tienen incentivos poderosos para sentarse a la mesa en busca de un acuerdo. El oficialismo no puede exponerse a una tercera derrota al hilo; y, además, también pagaría el costo de un segundo fracaso del proceso constituyente (pues el gobierno está, por definición, identificado con él). La derecha tampoco debería arriesgar un fracaso electoral que podría poner en jaque lo ganado en los últimos meses, dañando su capacidad de ofrecer gobernabilidad. Por su parte, la mayoría de los candidatos presidenciales querrán tener este problema solucionado para la próxima administración. En fin, los chilenos están hastiados de este tema y, sobre todo, de ver cómo los políticos llevan años discutiendo sobre temas que no conectan directamente con sus urgencias inmediatas. Para llegar a buen puerto, sólo falta sumar un elemento: figuras públicas capaces de ver la escena más allá de la hojarasca. Es la hora de los vilipendiados políticos, y nada garantiza que haya muchas más.