Columna publicada el 18 de agosto en Ciper Chile.

Nunca he tenido demasiado interés por los ejemplares únicos o las primeras ediciones de libros, pero en más de una ocasión me tocó encontrarme con Luis Rivano en su librería de la calle San Diego. Usualmente rodeado por uno o más de sus hijos, regatearle algún volumen particular no fue, para mí, demasiado fructífero. Habrá sido por el aire despistado de la adolescencia o por una estampa de niño bien (que ni un morral nortino ni un fracasado intento de pichanguera juvenil alcanzaban disimular del todo), los precios de los libros por los que preguntaba siempre excedían mi modesto presupuesto de estudiante de Letras. Las pocas veces que interactué con él creí sentir un desprecio que se veía refrendado por los valores exorbitantes que intentaba cobrar por esos volúmenes que, más que raros o únicos, eran solo libros de segunda mano. Rivano se podía quedar con sus vejestorios. Con el paso de los años, cada vez que me cruzaba con su nombre —en los diarios, en las extraordinarias ferias de libros usados que organizaba la Universidad Mayor en el centro o en la edición de su Narrativa completa que sacó Alfaguara el año 2010— me esforcé por mantener vivo ese silencioso rencor de mis años universitarios y pasar de largo sin prestarle atención. Sin embargo, la reciente biografía de Rivano, escrita por Juan Andrés Piña (1953) y publicada por UDP, es el retrato apasionante de un personaje excepcional, lo que hizo sucumbir ese antiguo resentimiento. El biógrafo sitúa al escritor en una escenografía rica en referencias y detalles de la vida nocturna santiaguina, de los márgenes de la vida social y del campo cultural nacional, haciendo que el librero, novelista y dramaturgo adquiera un lugar destacado en la historia de la literatura chilena del siglo XX.

Hijo de una familia numerosa y modesta, Luis Rivano (1932-2016) vio cómo su núcleo familiar se desintegró luego de la temprana muerte de su madre. Adoptado por un tío, el niño sería objeto del escarnio de parte de su familia materna, que proyectaba en él el fracaso de su padre por mantener a sus hijos. Esa experiencia fraguará un espíritu rebelde e indómito, una independencia que mantuvo hasta el final de su vida y que lo hará observar con atención a quienes consideraba sus semejantes: aquellos personajes que no calzaban del todo en las estructuras de una sociedad demasiado atenta al éxito y a las reglas. A los 18 años llega desde Llolleo a la capital, y luego del servicio militar ingresa a Carabineros, institución en la que pasará once años de su vida sin subir en el escalafón. Su labor persiguiendo delitos comunes lo llevará a tener un conocimiento de primera mano de los bajos fondos: criminales variopintos y de poca monta en una ciudad que todavía no veía aparecer el narcotráfico omnipresente y todopoderoso de hoy. Esos años en Carabineros serán también un tiempo de cultivo de su vida literaria: continuará su constante búsqueda de libros chilenos únicos, conocerá a parte de la bohemia en los cafés y bares del centro de la ciudad (reuniones a las que llegaba con su característico uniforme verde) y comenzará a escribir sus primeras novelas que lo dieron a conocer, Esto no es el paraíso y Bajo el signo de EspartacoProtagonizadas por su alter ego, Víctor Hidalgo, estas obras mostraban de primera mano y sin romanticismos la institución encargada del orden público, lo que produjo un llamado de atención de sus superiores y llevó a la posterior expulsión de Rivano de sus filas.

Rivano publicará otras obras narrativas en la segunda mitad de los 60 y la primera de los 70, pero será con el estreno de Te llamabas Rosicler (1976), que ganará audiencias masivas, su entrar de lleno en la escena teatral, en la que se mantendrá por décadas. En este rubro, continuará con su característico empuje y su radical independencia, creando sus propias compañías teatrales, así como antes había fundado editoriales para publicar sus cuentos y novelas. Como señala Piña, a lo largo del tiempo la obra de Rivano conservará la atención puesta sobre los mismos temas y acentos: «La importancia de la música en el imaginario popular, la necesidad de tener una lealtad al origen social y cultural, la ternura y comprensión que derrama el mundo femenino, y la técnica de los mutuos relatos formulados por los personajes recordando un pasado que constituye su verdadera novela de la vida».

A pesar de su relativo éxito como novelista y de que varias de sus obras teatrales fueran ampliamente reconocidas por el público, será con la publicación de su Narrativa completa el año 2010 que Piña identifica una consolidación de su prestigio. A fin de cuentas, la publicación de dicho libro en Alfaguara lo ubicaba en la misma colección que Manuel Rojas, Julio Cortázar o William Faulkner, entre otros.

El casi medio siglo que transcurre entre la publicación de Esto no es el paraíso (1964) de su Narrativa completa (2010) es dibujado por Piña con detalle. Son sumamente ilustrativos los vínculos que establece entre Rivano y elementos populares como el tango o el oficio de matarife, o el modo en que describe las diferencias entre la dramaturgia del excarabinero, siempre independiente y receloso de su individualidad, y las creaciones colectivas que abundaban en el teatro local durante los años 60 y 70. En todos esos excursos, el biógrafo se apoya en las numerosas entrevistas que el autor dio a lo largo de su vida y en su detallado conocimiento del campo literario local, resultando una biografía vívida y profusa en anécdotas que retratan a cuerpo entero la soberbia, el desparpajo y la altanería de Rivano. Además de esa personalidad apabullante, uno de los elementos más interesantes de este vínculo entre el escritor y su campo cultural es aquel que relaciona a Rivano con los narradores de la miseria: Armando Méndez Carrasco, Alfredo Gómez Morel y Luis Cornejo; escritores de origen marginal que fueron capaces de dibujar con crudeza el ambiente de los bajos fondos, donde campean el crimen, la corrupción moral y el abandono de todo aparato estatal. Sin embargo, a diferencia de otros que buscaron mostrar los márgenes, lo hacían sin afán programático y, sobre todo, desde un conocimiento directo de aquello que representaban. Y así como estaban en los márgenes de la sociedad, también la historia oficial de la literatura los dejó en un lugar secundario con respecto a la hegemónica generación del 50, y se demoró muchos años en ponderar su contribución por medio de un realismo crudo y popular.

Este último factor —estar en los márgenes del campo literario— será algo persistente en la biografía de Rivano: él siempre consideró que la crítica no le prestaba a su obra la atención que merecía. Sin embargo, Piña contrasta hábilmente la constante queja del autor con la atención que sí le prestaron, aunque a ratos en diagonal y nunca reconociendo del todo sus méritos estéticos, los medios y el público. Alone, el gran juez de la literatura local de los años 50, por ejemplo, comentó favorablemente Esto no es el paraíso, y fueron numerosas las notas y entrevistas que destacaron la aparición de esa primera novela (aunque quizás un aliciente para su difusión fue el hecho de que su autor fuera carabinero). Si en pocos meses esa novela agotó tres ediciones de mil ejemplares de su obra —cifra no menor considerando que era él mismo el que distribuía los libros en Santiago y otras ciudades del país—, su desempeño como dramaturgo tuvo la misma (buena) fortuna: el público siempre siguió con atención sus estrenos teatrales con entusiasmo y masividad. Y aunque a ratos el realismo de su obra cayera en el sentimentalismo, nunca dejó de mostrar «lo luminoso y lo festivo de la cultura popular y el amor que por ella sienten sus integrantes».

Arrogante, enérgico y soberbio con respecto a sí mismo y a su obra; metódico, austero, generoso y buen negociante; altanero y despectivo con sus pares (sobre esto último, es hilarante el modo en se burla los escritores que se quejan porque el Estado no financia sus obras, tildándolos de llorones). Todos esos son rasgos que llevaron a Rivano a construir paso a paso una obra original y única en escenario local, y a convertirse también en un referente obligado del negocio de los libros usados en Santiago. El primer acierto de esta biografía está en la elección de un personaje que da mucho que hablar. Como resultado, el perfil que dibuja Juan Andrés Piña en esta biografía nos entrega un personaje complejo, siempre atento a los sujetos populares y a sus escenarios, y cruzado por una nostalgia por un mundo que se fue: de los tangos, del barrio Franklin y del glamour de una bohemia pobretona pero digna. Por todo eso, Luis Rivano. La memoria de los olvidados es una obra fundamental para ubicar —y, en cierta medida, resarcir— a un personaje esencial de la literatura chilena del último siglo