Columna publicada el 18 de agosto de 2023 en El País.

Los cambios de Gabinete entregan bastante información sobre cómo se ordenarán las fuerzas políticas al interior del Gobierno. Así, una de las noticias importantes del cambio reciente aplicado por el presidente Boric es el relegamiento de Revolución Democrática (RD) a un segundo plano casi total, una especie de castigo político al que fuera otrora el partido mayoritario del Frente Amplio. Rebobinemos un momento para entender mejor el problema: RD fue creado por el exministro Giorgio Jackson y Miguel Crispi –actual jefe de asesores del Presidente–, entre otros, para conducir el legado del movimiento estudiantil de 2011. Su fulminante ascenso al poder hizo olvidar las dificultades que experimentaron rápidamente en su gestión en la Municipalidad de Providencia (donde varios militantes terminaron formalizados por malversación de caudales públicos en 2020).

La crisis actual de RD es síntoma de un problema más profundo: su debilidad estructural. RD es un partido ilusoriamente robusto; el éxito de sus líderes no logra suplir una estructura deficiente. Es lo que nos mostró el caso Convenios: frente a las primeras acusaciones de fraude, el partido no tenía dirigentes que pudieran controlar la situación. Su renunciado presidente, el senador Juan Ignacio Latorre, se batió entre las malas justificaciones, el apoyo inicial a la diputada Catalina Pérez, para luego desdecirse sin lograr convencer a nadie. Acto seguido, procedió a guardarse para evitar nuevos errores. Pero no se trata solo de la incapacidad de un dirigente específico: es que no había nadie que pudiera gestionar la crisis con solvencia, que pudiera detener un desangre público en cámara lenta. La indignación moral y el dolor por lo sucedido puede servir para juzgar a otros, pero no son eficaces cuando eres el acusado. RD pasó de ser el puntal de Gobierno a un lastre sin capacidad de maniobra.

No es casual que todo esto haya comenzado con el destape de los convenios fraudulentos. Todo indica que la fundación Democracia Viva buscaba responder a una de las dificultades persistentes de RD, que ha sido crear y fortalecer sus redes territoriales, redes que le han sido tremendamente esquivas. No en vano varios analistas han caracterizado a RD (y, de paso, a su coalición) como un partido aéreo, sin mayor despliegue terrestre. Tal pareciera ser el defecto a corregir por estas organizaciones. Se podría especular, también, que buscaban contribuir a la elección de los dirigentes de esas fundaciones en el futuro. Todo, en una trenza de información sobre la posibilidad de gestionar estos convenios que resulta a lo menos sorprendente.

La realidad indica que hace ya varios años los buenos resultados en elecciones de diputados han escondido la baja participación interna y la carencia de las estructuras partidarias firmes. Sabemos a ciencia cierta que el número de militantes estaba inflado por las campañas presidenciales. A esto se suma que sus líderes han dado más problemas que lo habitual (no solo la diputada Catalina Pérez o el senador Latorre, sino las recurrentes polémicas de la diputada Maite Orsini, entre otros). En RD pensaron que bastaba con ganar para solidificar su posición. No fue así. En vez de solucionar los conflictos, el triunfo terminó ensanchando los problemas del partido. El poder y la plata agrandaron las responsabilidades, aumentaron la presión y el escrutinio, y RD no ha sabido aguantarlos.

Hace algunos meses hablábamos en este mismo medio sobre la moral de lo imposible sobre la cual se erigía el Frente Amplio. RD, quizás como ningún otro partido, es la muestra viva de ese estándar que ni ellos mismos lograron cumplir. Pero a esa estatura imposible de lograr se sumó un problema político tan importante como aquel: la incapacidad para construir partido. Y es que aglutinar voluntades en un movimiento, como hicieron con innegable talento en 2011, no bastaba para generar una estructura eficaz. Esos apoyos se esfumaron tan rápido como aparecieron, dejando a la vista los débiles cimientos del edificio.

Íñigo Errejón, uno de los mentores intelectuales de RD, apuntaba en un libro reciente: “Los revolucionarios se prueban cuando son capaces de generar orden. Un orden nuevo, nuevo pero orden (…) La prueba fundamental, lo más radical, no es asaltar el palacio, es garantizar que al día siguiente se recogen las basuras”. Quizás hay algo más profundo todavía que recoger la basura de los otros, un desafío aún mayor: no es posible generar orden afuera si no hay orden dentro, si no hay capacidad de organizarse políticamente, si la crítica no es sostenida por una estructura. Enceguecido por el asalto al palacio, RD parece haber olvidado aquella lección política fundamental. No recuperará su sitio sin hacer el trabajo duro, tan aburrido como indispensable, de levantar un partido funcional.