Columna publicada el 2 de julio de 2023 en Ciper

No han sido días fáciles para el Frente Amplio (FA). En rigor, están siendo semanas y meses muy difíciles para la nueva izquierda. La vorágine del día a día y los sucesivos golpes en su contra podrían llevarnos a olvidar que, hace apenas un año y medio, este mundo político parecía tenerlo todo: mientras un exultante Gabriel Boric llegaba a La Moneda, la malograda Convención Constitucional creía avanzar en su inexorable camino al triunfo.

Pero la historia fue otra, y hoy la situación del sector se parece más bien al desplome de un castillo de naipes. El último eslabón en su cadena de crisis recientes parece ser el entramado de exfuncionarios públicos y militantes de Revolución Democrática que, en el mejor de los casos, pasaron a llevar las normas más elementales de probidad y transparencia; y, en el peor, se han repartido los fondos públicos como un verdadero botín.

¿Cómo explicar esta paradoja en un tan breve período de tiempo?

I.
Desde luego, hay muchos elementos que influyen en el actual escenario. En lo inmediato, sobresalen la falta de oficio y experiencia de los cuadros del FA. Recordemos que hace un par de semanas la noticia del momento era la aparente incapacidad del Ejecutivo para enfrentar la crisis sanitaria. El dato no es trivial, pues se trata de un mundo político que ponía todas sus fichas en el Estado, pero que, sin embargo, se ha mostrado superado en el manejo de sus funciones más básicas (hace un par de semanas el tema fue la salud, pero el año pasado se observaron defectos semejantes en materia de seguridad pública, en Cancillería y en la relación con otros poderes del Estado).

Esa falta de sintonía entre una excesiva fe en el Estado y la incapacidad para manejarlo es problemática. Hace casi tres décadas, en su visionario libro La democracia puesta a prueba Jean Bethke Elshtain indicaba cuán errado es el camino de pedirle más y más al Estado en esferas que no son de su estricta competencia, agenda que a la larga suele terminar deslegitimando a los gobiernos y a la política en general. En sus palabras:

Si Washington dice que debemos confiarle la educación de nuestros hijos, la protección de nuestro medioambiente y la regulación de nuestra economía, sería una tontera no ser cautelosos y escépticos… el gobierno se ha vuelto menos efectivo, no tanto como resultado de su tamaño per se, sino porque ha abordado más y más temas para cuyo manejo simplemente no está preparado. [ELSHTAIN 1995]

La nueva izquierda no sólo depositó demasiadas expectativas en el Estado —el mejor ejemplo de esto fue el proyecto constitucional rechazado, en el que la palabra ‘Estado’ o similares aparecían mencionadas más de cuatrocientas veces—, sino que en paralelo despreció sistemáticamente aquello que llamaban «mera administración». De hecho, el presidente Boric volvió a emplear tal expresión despectiva en el reciente aniversario de su partido, Convergencia Social. Quizá el Frente Amplio tenía muy asentada algo así como una ambición transformadora y cultural, pero en paralelo ignoraba las prioridades, requerimientos y condiciones que supone conducir el aparato burocrático.

II.
Todo lo que hoy sucede en el Frente Amplio remite a las frustradas promesas del candidato Boric. Porque no sólo se han defraudado las expectativas sobre erradicación de la vieja política y las malas prácticas. Eso es lo más obvio, pero no lo único y tal vez ni siquiera sea lo más importante. Tal vez lo peor para el FA sea su honda desconexión con el Chile profundo, y eso no responde única ni principalmente a los escándalos de la última semana, sino —paradójicamente— al período que se abre con el triunfo de Gabriel Boric.

Aunque algunos en el oficialismo siguen culpando a las noticias falsas por la derrota del 4 de septiembre —esa parece ser la raíz última de la reciente «Comisión contra la Desinformación»—, lo cierto es que varios de los fenómenos políticos que se evidenciaron con el categórico triunfo del Rechazo ya latían en las votaciones de fines de 2021. En síntesis, José Antonio Kast venció en la primera vuelta, y las fuerzas de derecha y centroderecha obtuvieron uno de sus mejores resultados parlamentarios del Chile posdictadura. No obstante, el actual mandatario pareció recomponerse con rapidez, y a primera vista leyó bien el mensaje que sugería el voto popular. Así, de cara al balotaje comenzó a hablar de migración irregular, delincuencia, orden público, y hasta cambió su vestuario. En pocas palabras: su discurso ya no giraba sólo en torno a las «transformaciones sociales», sino que intentó encarnar la promesa de mayor seguridad en las distintas dimensiones de la vida, desde protección social, hasta la lucha contra la delincuencia y el narcotráfico. Ciertamente sus adversarios no le creyeron, pero el electorado sí lo hizo.

Lo lógico, entonces, era gobernar con equipos, prioridades y énfasis acordes a la narrativa que lo catapultó a la victoria en la segunda vuelta de 2021. Sin embargo, nada de eso ocurrió.

Mientras el comité político fue para los exdirigentes gremiales y estudiantiles —en un comienzo, recordemos que el Socialismo Democrático fue relegado bajo la narrativa de los «círculos concéntricos»—, la nueva administración comenzó retirando las querellas por Ley de Seguridad del Estado. Pronto se identificaría a fuego con la Convención, sinónimo de cualquier cosa, menos de estabilidad o seguridad. En los premonitorios términos del ministro Jackson, sus destinos estaban atados.

De hecho, no deja de ser sorprendente que el tema que marcó el inicio y el fin del primer año de gobierno haya sido el mismo: el de la amnistía o indulto para los «presos de la revuelta», asunto con el que también Elisa Loncon y Jaime Bassa decidieron iniciar el trabajo del fallido órgano constituyente. La coincidencia es todo menos anecdótica. Curiosamente, los líderes de la nueva izquierda creyeron que era posible triunfar con la retórica (y el apoyo) de la centroizquierda y de Ricardo Lagos para, una vez alcanzado el objetivo, comenzar a dirigir los destinos del país con las lógicas de Pablo Iglesias y Podemos; o, en términos más precisos, con la nostalgia de ese 18/O que en su comprensión no fue un día de saqueo, vandalismo, pillaje y destrucción, sino más bien el inicio de un nuevo Chile.

La violencia como partera de la historia. Los «hechos necesarios» que reivindicó Fernando Atria en una de sus primeras intervenciones ante el fracasado órgano constituyente. Y así.

III.
Desde luego, nada de esto parece muy democrático, sino más bien propio de una pulsión revolucionaria más o menos velada. Y ambas cosas sencillamente no resultan compatibles. Pero ahí no se acaba el drama de la generación gobernante. Hay algo más: ella no sólo se ha revelado incapacitada para manejar el Estado en el que tanto confiaba, prometiendo orden y seguridad mientras en paralelo alberga una extraviada creencia «en todas las formas de lucha». Adicionalmente, tales creencia y pulsión han mostrado ser completamente ajenas al pueblo, al tan bullado pueblo en cuyo nombre tantas veces se habló.

En 1972, luego del paro de octubre un joven José Antonio Viera-Gallo advertía que «la revolución es una obra de masas, si las masas no están en la revolución, no hay revolución» [citado en MANSUY 2023, p. 121]. El Frente Amplio nunca lo comprendió.