Columna publicada el domingo 4 de junio de 2023 en La Tercera.

Hace 50 días, el 15 de abril de este año, publiqué una columna (“Invierno: covid, influenza y gripe aviar”) advirtiendo que, a juzgar por la situación pasada en el hemisferio norte –donde denominaron “tridemia” la conjunción de virus sincicial, covid e influenza- y los números de ocupación de camas críticas en Chile, vendría un invierno muy duro en materia sanitaria. La premiada exsubsecretaria Paula Daza había advertido, ya en esa fecha, que la campaña de vacunación iba muy mal. Y, en casi dos meses, no mejoró nada. Tal como destacó hace poco la investigadora del IES Javiera Bellolio (“Un invierno peor que el anterior”), la meta gubernamental era tener el 1 de junio a un 85% de la población de riesgo vacunada, y la cifra alcanzó un magro 60%.

Mientras los vacunatorios están vacíos y las camas de hospital llenas, el presidente del Colegio Médico de la región del Biobío comenzó a circular la idea de que las vacaciones de invierno tendrán que ser extendidas para disminuir la circulación viral. Idea que, como sabemos, contaría con el apoyo inmediato e irrestricto del Colegio de Profesores, pero dañaría aún más un sistema educacional ya en las últimas. Eso sin mencionar el problema que significa esa extensión de las vacaciones para los padres y apoderados de esos escolares. No digamos que la economía está en su mejor momento (llevamos tres meses de caídas consecutivas del IMACEC, que mide la actividad productiva en relación al mismo mes del año pasado, y las cifras de empleo siguen empeorando).

Por otro lado, el colapso del sistema de salud producto de la sobrecarga de hospitalizaciones, tal como vimos en la pandemia, no es un juego. Significa que la calidad y oportunidad de la atención médica disminuye para todos, afectando especialmente a los más vulnerables. Se atrasan diagnósticos y tratamientos, lo que resulta en muertes y daños irreversibles que podrían haber sido evitados.

El ámbito de la salud es uno donde los cálculos de riesgo nunca pueden ser sólo individuales. Lo que hagamos o dejemos de hacer afectará necesariamente a las demás personas, ya sea directa o indirectamente. Al tomar medidas preventivas, entre las que destaca la vacunación, colaboramos en disminuir la circulación de las enfermedades y mantener la capacidad de respuesta del sistema de salud. Y eso salva vidas.

Es realmente sorprendente, entonces, que en una cuenta pública presidencial que duró casi tres horas y media, más una transmisión en cadena nacional para los que quedaron con gusto a poco, el Presidente no le haya dedicado un minuto a algo tan importante. Más todavía cuando se supone que el mayor acento lo quieren poner en los “cuidados” y la solidaridad social. ¿No era un llamado a vacunarse por uno mismo y por los demás el ejemplo más obvio de esos supuestos objetivos? ¿Hay algún caso con el que calce mejor la famosa reflexión de John Donne invocada por Boric, según la cual “ningún hombre es una isla”?

Después de todo, no es coincidencia la afinidad electiva entre la extrema derecha individualista, a veces llamada Alt-right, y el movimiento antivacunas. El hecho de la continuidad biológica de la vida complica la filosofía política de muchos “libertarios” que quisieran imaginarse cada uno un continente. Y un Presidente que lidera una coalición de gobierno cuyo único eslogan es “terminar con el neoliberalismo” echa el traste a las moras justamente en un tema donde eso que llaman “lógica neoliberal” efectivamente es visible en el adversario.

¿Cómo se explica este fenómeno? Asumo que la idea del gobierno era mencionar sólo cosas que creyeran haber hecho bien, junto con prometer más bondades. El fracaso de la campaña de vacunación no era buen marketing. Sin embargo, el tema no va a desaparecer porque no lo mencionen. Al contrario, muchas de las promesas del Presidente dependen, en alguna medida, de un invierno donde una crisis sanitaria no termine dañando más todavía la educación y la economía. Además, queda margen para mejorar las cifras y llamar a la ciudadanía a vacunarse. A menos que, definitivamente, hayan tirado la esponja. Y si una campaña de vacunación invernal les queda grande, ¿qué se puede esperar de las demás grandilocuentes promesas?