Columna publicada el 25.03.19 en La Tercera (página 11).

El nombramiento de Celestino Aós como administrador apostólico de Santiago pareciera ser una señal de que las cosas comienzan a mejorar al interior de la Iglesia católica en Chile. Aunque apenas se trata de una designación entre las varias pendientes –hace casi un año renunciaron todos los obispos del país–, ella asoma como un paso concreto y significativo en la anhelada renovación eclesial. Por un lado, Santiago es una diócesis emblemática y, por otro, las acusaciones que pesan sobre Ricardo Ezzati hacían sencillamente insostenible su situación (de hecho, la aceptación de su renuncia favorece al propio Ezzati, quien aún alega inocencia y podrá defenderse con mayor libertad en tribunales).

En este contexto, el perfil del nuevo administrador apostólico es adecuado para las circunstancias, marcadas por enormes desafíos para la Iglesia. Ante todo, transmitir de modo creíble un compromiso fidedigno con las víctimas de abusos, y comprender las causas que podrían explicar su reiteración e impunidad en tantos lugares y durante tantos años. Pues bien, Celestino Aós no sólo es sacerdote, sino también psicólogo de profesión y experto en justicia eclesiástica, con reputación de especial sensibilidad por estos temas. Además, viene de servir como obispo en Copiapó, por lo que conoce de primera fuente los problemas de pobreza y vulnerabilidad; y pertenece a la orden de los capuchinos, orientada a vivir con rigor precisamente la pobreza y la oración.

Con todo, cabe tener presente dos prevenciones. La primera remite a la estrategia de Francisco de privilegiar nombramientos provisionales (eso son los administradores). Si bien es plausible optar por alternativas de transición –urge evitar nuevos errores de manejo–, ellas son un arma de doble filo: no es seguro que los administradores se vean suficientemente empoderados para enfrentar la situación. Y la segunda prevención es que sería un severo equívoco creer que la solución a la crisis de la Iglesia pasa por un solo obispo. En ella la jerarquía cumple un papel crucial, pero si algo hemos aprendido de todo lo ocurrido es cuán perjudicial resulta endiosar o poner todas las expectativas en determinados sacerdotes con nombre y apellido. La buena noticia es que Monseñor Aós se muestra consciente de ello. En su humilde saludo de bienvenida como administrador apostólico de Santiago, ayer afirmó que “es la hora de la colaboración, de poner cada uno lo que somos y podemos, aunque sea poco y pequeño, como en mi caso”.