Columna publicada el domingo 7 de mayo de 2023 en La Tercera.

La publicación de “La nueva izquierda chilena” de Noam Titelman (Ariel,2023) es un evento político importante, aunque la ambición del texto, prologado por Michelle Bachelet, sea modesta. Su importancia radica en que es la primera reflexión política genuinamente nacida de la generación de izquierda que llegó al poder con Gabriel Boric, en vez de un refrito de Fernando Atria o Carlos Ruiz Encina, que resultaron brutalmente derrotadas junto al proyecto constitucional rechazado. Lo irónico es que el llamado de Titelman es a construir puentes intergeneracionales en vez de a cortarlos, criticando y revirtiendo la tendencia previa de su lote, que fue de una crítica destemplada a la Concertación.

Leyendo sus páginas uno nota que la visión que ha conducido hasta ahora a la nueva izquierda no fue desarrollada realmente por ellos, sino por los intelectuales autoflagelantes de la etapa final de la Concertación. De ahí, en buena medida, la inquina contra los “30 años” asumidos como eje identitario. En otras palabras, la nueva izquierda no había pensado nada realmente nuevo hasta el momento presente, en que el ejercicio del poder les pasó por encima.

Junto con esto, el libro de Titelman parece alejarse definitivamente de las tesis del populismo schmittiano de Chantal Mouffe: el pueblo no aparece como una masa amorfa moldeada a gusto por una vanguardia radical e iluminada en base a la agitación en código de amigos y enemigos, sino realmente como sociedad. Es decir, como comunidad dotada de historia, carácter y costumbres que precede y determina la forma política, en vez de ser un mero instrumento y creación de ella. El Estado, entonces, es propuesto por Titelman al servicio de la sociedad, en vez de como creador y amo de ella, y la democracia es concebida más como pacto de clases que como lucha de élites.

Este giro político es relevante y replica, en Chile, el realizado por Íñigo Errejón en contra de las tesis principales de Pablo Iglesias. De hecho, la reflexión con la que cierra su texto Titelman, “a veces, el acto más revolucionario es que un municipio saque la basura a tiempo y las luminarias funcionen adecuadamente”, hace eco directamente a la famosa frase de Errejón donde plantea que lo verdaderamente revolucionario del orden revolucionario es que sea un orden: “la prueba fundamental, lo más radical, no es asaltar el palacio, es garantizar que al día siguiente se recogen las basuras”. Frase que el Presidente Boric compartió a inicios de 2022, sintiendo ya que la guitarra le rebanaba los dedos.

Comienza a nacer, de este modo, una verdadera nueva izquierda, que aquilata e incorpora los dolorosos aprendizajes de estos pocos años en el poder.

¿Y qué pasa con la derecha? Dirigentes como Javier Macaya o Diego Schalper encarnan el duro aprendizaje del fracaso de las tesis políticas piñeristas. Es decir, el reconocimiento de que no basta con sacarle trote a lo que hay, sino que se necesitan reformas de fondo para seguir adelante. Por eso la insistencia con la reforma constitucional y, en particular, del sistema político. Por eso, también, la insistencia con los acuerdos y el diálogo: sin un ánimo reformista claro, parecen intuir, lo que viene es la revolución.

Sin embargo, esta reflexión se encuentra todavía inmadura. Es una visión política que recién está cuajando, cuya coyuntura más importante fue el triunfo del Rechazo en el plebiscito de salida, articulado principalmente por fuerzas centristas de distinta tendencia política. Y, en su camino, se han levantado las fuerzas de la reacción y la restauración, que ven en Piñera a un traidor y en ellos una continuación y profundización de esa traición, en vez de un quiebre.

Esta nueva derecha, inspirada fuertemente por la Alt-right estadounidense y el Vox español, concuerda con Piñera en que lo que hay basta para producir buenos resultados, pero cree que debe ser defendido de manera clara y radical. En vez de un diagnóstico sociológico, creen que lo programático se juega en el plano moral. Y ve en la derecha reformista un lote claudicante.  Así, la dialéctica entre radicales y reformistas, avanzada ya en el campo de la izquierda, se estrena ahora de manera clara en el campo de la derecha.