Entrevista publicada el 14.08.19 en The Clinic.

“Nada tiene que ver el dolor con el dolor, nada tiene que ver la desesperación con la desesperación. Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas. No hay nombres en la zona muda”. Así parte “Diario de muerte”, un conjunto de textos que Enrique Lihn escribió poco antes de su fallecimiento, y que fueron reunidos y transcritos por Adriana Valdés y Pedro Lastra. En ese libro se le puede tomar el pulso a una agonía cruda y desenmascarada, que acabó en el invierno de 1988, cuando el poeta murió de un cáncer al pulmón a los 58 años. “Marcó el inicio de mi relación con mi papá. Con este libro, empecé a leerlo de verdad”, dice la actriz Andrea Lihn, su única hija y cabeza de la fundación que lleva el nombre del artista, creada para preservar y promover su obra.

Ella recuerda que fue duro crecer al lado del poeta: “Era como estar todo el día con un papá que no estaba, sentado en su máquina de escribir. Estaba y no estaba”. En esta entrevista, cuenta cómo fueron esos años, lo que significa llevar el apellido Lihn, y muestra algunos recovecos de una relación que parece haberse vuelto más íntima, a pesar de la muerte. “Siempre lo he considerado un hombre eterno, más que un padre querendón”, dice.

Da la impresión que la obra de tu papá no fue tan valorada en vida, como sí lo fue después de su muerte, tal como ocurre con muchos escritores. ¿Qué piensas al respecto?

Pienso que sí. En vida mi papá fue reconocido, pero no al nivel que lo es después de morir. Es evidente, ocurre con todos los artistas o las personas en general, que adquieren un valor más profundo luego de que su obra decanta y se la entiende como un “legado”. Comprendamos que en tiempos de dictadura existía una represión muy importante, sobre todo a los artistas. Entre el 73 y hasta que mi papá murió el 88 fue súper complejo que su nombre se mantuviera vigente. Publicó en España, Argentina, Estados Unidos, Francia. Se le nombraba más fuera del país. Para Chile, mi papá y varios otros eran artistas peligrosos. Gente lúcida, opositora y opinante. En cambio, en los años 60 y 70, mi papá trabajó en radio y televisión –en el canal 9, que era de izquierda, con la periodista Ana María Vergara– reporteando y escribiendo siempre bajo un estigma muy de “autor emergente”. Él fue sembrando, de a poco, su obra poética y narrativa, que hoy lo hacen parte de la generación de autores de los 50 que cambiaron la poesía de la época, desde una acción performática absolutamente innovadora para su momento histórico.

¿Crees que él fue una víctima del llamado “apagón cultural”?

No. La dictadura tuvo por objetivo asesinar y borrar cualquier vestigio artístico y opositor, pero las cosas caen por su propio peso. Hoy la gente está interesada en autores como mi papá, porque marcan un antes y un después y vienen de vuelta: mientras ocurría un apagón cultural en Chile, hubo un despertar de los artistas chilenos en Europa y en el extranjero. Cuando a un artista lo callan, grita con más ahínco. Eso le trajo consecuencias, cuando se enfrentó al régimen de Fidel Castro defendiendo el caso de Heberto Padilla, que lo convierte en un artista con un sentido crítico tremendo. No creo que mi papá sea “víctima” del apagón cultural, al contrario, fue una época mucho más creativa para él. Me sentí identificada con esas acciones cuando me tocó, junto a Ramón Griffero, fundar el Teatro Fin de Siglo en El Trolley. En dictadura hacíamos más teatro que el que podíamos hacer cómodos en democracia.

En el libro que escribió Roberto Careaga sobre Rodrigo Lira, también poeta, hay algunos matices a esa idea tan extendida del “apagón cultural”. Ahí se sugiere que la vida literaria chilena tenía bastante movimiento durante la dictadura, y que en cierto momento giró en torno a Lihn y Parra. ¿Te tocó vivir algo de eso?

Absolutamente. En dictadura mi papá hizo muchas acciones performáticas. Una en contra del Festival de Viña y otra sobre el Paseo Ahumada. Hubo mucha producción de videos, como “El adiós a Tarzán” y “La cena última”, o la construcción del personaje Gerardo de Pompier, entre otros, que lo instalaron como el poeta vanguardista del momento. Su estrecha amistad con Parra tuvo mucha relación en lo que ambos hacían. Yo participé en varias acciones de arte de mi papá. Actué en sus videos y recuerdo que la capacidad de convocatoria que tenía era impactante. La gente estaba ávida de acciones culturales, de opinar, de hacer cosas en contra del régimen. Era una forma de consuelo artístico. Fue la época más productiva de mi papá.

Aunque se diga que Chile es un “país de poetas”, parece que el chileno no es tan lector de poesía, como sí lo es de novelas. ¿Coincides?

Sí. La poesía es un nicho para selectos y letrados. La poesía de mi papá es compleja y las mayorías siempre buscan lo simple. En Argentina sí leen a sus poetas y la gente se interesa de base en la cultura, el teatro y sus artistas. En Chile, post dictadura, creemos que el arte es malo. “Es para ociosos”, se pensaba. La poesía es muy profunda para que sea masiva. Es por esto que las intenciones originales de crear la Fundación Enrique Lihn tienen relación con devolver la poesía a las personas, desde la niñez, como un espacio de creación instintivo y original. La poesía es animal. Es visceral. Es un fluido de lenguaje que no se dice en la realidad, sino en ese espacio de ficción que propone en sí misma. Todo lo que no se puede decir en un lenguaje común se dice en la poesía.

¿Cómo lees a Enrique Lihn hoy? ¿Crees que su poesía sigue siendo un insumo para entender nuestra sociedad?

Siempre se consideró a mi papá como un poeta incómodo, muy consecuente con sus ideas. Sus contemporáneos, muchas veces, se convirtieron en sus enemigos. Mi papá tenía una visión de mundo muy vigente, pues su poesía es muy transversal y sus problemas son muy humanos. Desde ese punto de vista, su poesía se vuelve atemporal y su mirada política es actual. Desde su curiosidad comprendió cosas que hasta hoy son inquietantes. Es como si su relato fuera aún actual, como si hasta el día de hoy ese motor siguiera encendido y los jóvenes de hoy se identificaran con las mismas desilusiones. Mi papá era muy postmoderno. No se casó con ninguna idea política ni con ningún régimen. Era tan incrédulo, tan poco idealista, tan inconformista y escéptico, pero no por eso menos entusiasta o creativo. Al contrario, era contestatario y productivo para con su creación rupturista y vanguardista. Mi papá tenía una opinión sobre las cosas identificable con la sociedad de hoy. Cuando lees a Enrique Lihn te descubres y redescubres. Te incita a hacerte preguntas. Es filosófico, lúdico y audaz. Y las respuestas a esas preguntas, a veces, son más incómodas aún.

Hace poco se inauguró la Fundación Enrique Lihn, contigo a la cabeza. ¿Su creación es una forma de reacción frente a eso?

La fundación nace con el objetivo de promover y preservar el legado de mi padre en relación a la creación artística nacional. Si mi papá, junto con tantos otros, puede ser una fuente de inspiración para algunos, pues que lo sea. Los artistas siempre estaremos interesados en educarnos en torno a las experiencias artísticas y culturales para las nuevas generaciones, e intentaremos hacer memoria como un acto intrínseco en nuestra existencia como artistas. No podemos no hacernos responsables de lo que significa para Chile preservar y recordar a sus artistas, inspirar a nuevas generaciones, y crear nuevos agentes y expositores de la poesía actual. Chile necesita poetas y estoy segura que a mi papá le habría encantado trabajar hasta el día de hoy con gente joven. La reacción, finalmente, es compartir e integrar, transversalmente, la obra de mi papá y el interés en los jóvenes por la poesía chilena.

¿En qué consiste más a fondo el proyecto de la fundación? Piensan, por ejemplo, reeditar obra inédita… ¿Dejó material todavía no publicado?

Lo que mi papá publicó en vida fue lo que él quiso publicar. No me gustaría pasarlo a llevar publicando cosas que él no quería. Por supuesto que hay mucho material inédito, pero no estoy dispuesta a publicarlo en este momento. Más bien el proyecto busca fomentar la creación poética, visual y performática en jóvenes y estudiantes que puedan inspirarse con la obra de Lihn, a partir de trabajos específicos con la educación escolar y universitaria. Nuestra relación será transversal con el arte. Mi papá tiene textos teatrales, obras visuales, poesía, narrativa, crónica, ensayos, críticas, video, con los que pretendemos crear espacios de análisis y actividades que promuevan su obra. Era necesario ordenar todo el material, y la creación de la fundación nos está ayudando, en colaboración con el departamento de patrimonio de las universidades Católica y Diego Portales, más todas las editoriales con las que hemos publicado, a documentar y ordenar la imagen y la producción para que trascienda en el tiempo y pueda ser más accesible independiente de mí.

¿Por qué crearla ahora y no antes?

Su obra está causando más interés que antes y se ha hecho necesario documentar y fomentar su figura. Preservar derechos de autor requiere de una administración que va más allá de mí como su hija. La fundación abre nuevas puertas a propuestas, proyectos, postulaciones y es necesario un equipo operativo con mayor conocimiento. Yo, como actriz, sentí la necesidad de armar un equipo interdisciplinario, ya que los proyectos se han multiplicado, las propuestas se han complejizado y las posibilidades de exhibición se han incrementado.

Quienes conocieron a Enrique Lihn repiten que no tenía pelos en la lengua, y que perdió varias oportunidades de posicionar mejor su obra. ¿Cuánto hay de cierto y de caricatura en esa imagen de rebeldía e irreverencia?

No hay ninguna caricatura. Es absolutamente cierto. Fue una persona absolutamente consecuente y jamás se vendió al sistema. La primera crítica que recibió fue de alguno de sus contemporáneos sobre por qué se quedó en Chile y no se exilió, por ejemplo. Mi papá fue respetado por su lealtad a sí mismo, como si fuera una virtud, en relación con sus principios e ideas, lo que no lo hacía una persona permeable. Era muy crítico de los artistas de su época, pues sin ser irrespetuoso, fue directo y concreto con sus comentarios u opiniones con respecto a sus colegas. Se ponía de pie y se iba de la sala donde estuviera si no le gustaba lo que estaba viendo o escuchando. Mi papá tenía eso, era muy seguro de sí mismo, tenía una impronta envidiable, lo que le trajo seguidores por un lado y opositores por otro. Pero eso a él no le importaba. Nunca buscó adeptos, ¡y le sobraban!

Algunos de los pasajes más desgarradores de la poesía de Lihn están en “Diario de muerte”. ¿Cómo es vivir un proceso tan doloroso con alguien que hasta el último minuto buscó llevar esa experiencia a la palabra?

Lo que me pasó en el último período de mi papá me empoderó y me conectó con la muerte desde una perspectiva muy avanzada. Yo estaba embarazada de mi primer hijo. Cuando se lo conté, mi papá me dijo: “unos se van y otros llegan”. Se juntó la vida y la muerte. Era tanta su lucidez y valentía, él era tan digno al enfrentar la muerte, que eso me llevó a enfrentarla de una manera más concreta. Estaba tan puesto, tan firme, que parecía normal que él estuviera muriendo, y hablar de la muerte como algo inevitable, que estaba ahí día a día y que había que enfrentarla no desde un lugar trágico, sino más bien creativo. Su agonía lo llenó de energía lúdica. Más que antes. Escribió este libro y dibujó mucho, pero era una creatividad descarnada. Era extraño. Como si a él no le estuviera pasando eso, como si se mirara desde fuera. Y yo lo ayudé a escribir bastante junto con Adriana Valdés, quien con Pedro Lastra editó este libro al año siguiente. Al fallecer mi padre, volví a Francia con el papá de mi hijo. “Diario de muerte” marcó el inicio de mi relación con mi papá. Con este libro empecé a leerlo de verdad.

¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza cuando piensas en tu papá?

Mi historia. Mis referentes. Me he pasado la vida hablando de mi papá “artista” y mi papá “papá”, de tal manera que se ha convertido en un ejemplo de persona para mí y mis hijos. Me hace sentir orgullosa haber tenido un padre así, tan querido y reconocido por muchos. Para mí, mi papá es un tipo increíble, creativo, imponente. Lo veo siempre como un gran creador.

¿Hay algún recuerdo que marque tu relación con él?

Nuestra ida a Europa. Primero viajamos a Cuba a recibir el premio de La Casa de las Américas por su libro “Poesía de paso” y estuvimos un par de meses ahí más conectados que nunca. Estuvimos en un hotel maravilloso. Yo estuve en el colegio y fui cuidada por una poetisa que era como mi nana. Como éramos invitados de la Casa de las Américas, solo me relacionaba con niños de ese círculo. Teníamos hasta chofer. Vivíamos como diplomáticos. Y mi papá se volvió una figura importante para mí. Imagínate, yo me sentía una princesa. Fue la época en la que más estuvimos juntos.

Y luego partieron a Europa…

Luego nos fuimos a Francia. Yo tenía siete años. Mi papá se iba a vivir allá, pero fue complejo cuidarme y dedicarse a su escritura al mismo tiempo. Ahí me envió de vuelta a Chile, a la casa de mis abuelos paternos, donde viví hasta los 15 años. El día del vuelo fue mi cumpleaños. Cumplí ocho años volando y no volví a ver a mi papá hasta los 11 años, cuando él volvió a Chile. Fue un héroe y adversario al mismo tiempo. Estos recuerdos sin duda marcan mi relación con esta figura de padre eterno. Y nos volvimos a conectar a través del teatro. Lo he dicho en otras entrevistas. Mi papá no quería que yo fuera actriz, porque no quería verme en el círculo en el que él estaba, tan precario a ratos y tan exigente como oficio. Pero cuando me fue a ver actuar con Ramón Griffero, me dijo: “usted tenía razón…, dedíquese a esto”, y eso me impulsó a seguir. Mi papá siempre tenía la palabra precisa y sabía perfecto cómo conectar conmigo.

Es paradójico que no quisiera que fueras actriz, considerando su relación vital con el arte.

A él le daba terror que yo me metiera en ese mundo. Lo encontraba hostil y desordenado. Él fue muy bohemio en su juventud y no quería que yo me metiera en eso. Pero fue inevitable que yo fuera actriz. Cuando me vio actuar me dio la razón.

¿Cómo era el Enrique Lihn papá?

Le dedicaba más tiempo a su escritura. Y ese era mi papá: un escritor. Yo lo veía siempre con culpa. Le fue difícil dedicarse a mi crianza. Que un creador viva solo con una hija era complejo, y eso marca mi biografía, pues me hace una mujer valiente. Sé enfrentar la vida sola y soy atrevida. He hecho lo que he querido y he sido tremendamente libre. Eso significa que he sido lo opuesto en mi rol como madre. Estoy encima de la vida de mis hijos, y a ratos me lo dicen. No quiero que sientan esa sensación de soledad que yo viví a veces. Porque mi papá solo hablaba de lo que estaba escribiendo, de sus obsesiones. Entonces, era como estar todo el día con un papá que no estaba, sentado en su máquina de escribir. Estaba y no estaba. Me amaba intensamente y yo lo marqué mucho como creador, pero no era cariñoso ni conmigo ni con nadie. Era serio, sensato. Representa una figura de respeto para mí.

Siempre está la idea de que la vida del artista es un poco incompatible con la vida familiar.

Como lo dije antes, era más artista que papá. Siempre lo he considerado un hombre eterno, más que un padre querendón. Es un artista que hasta el día de hoy sigue marcando la pauta de mi vida y marcará la de mis hijos, así como lo ha hecho con miles de jóvenes escritores o amigos que han seguido su obra. A mi papá se le sigue por su creación, y yo soy su fan.

¿Cuál es la relación de tus hijos con la poesía de su abuelo?

Enrique, mi hijo mayor, tiene mucha opinión sobre el tema. Es actor y le ha tocado enfrentarse a textos de mi papá. Mi hija está en la universidad. Creo que con la creación de la fundación, mi intención es empezar a mostrarles quién era su abuelo con mayor seriedad, pues serán ellos quienes se harán cargo de este legado. No quise hacer tan presente la obra de mi papá cuando mis hijos eran chicos, ya que para mí era complejo profundizar en algunos trabajos de él, por sus temáticas tan profundas. Mi papá es complejo y para mí es aún más complejo enfrentarlo frente a mis hijos. Hay que entenderlo como un creador, además de como padre o abuelo.

¿Qué características de él reconoces hoy en ti?

Muchas. La honestidad, ser consecuente, tener ideas claras, no ser ambicioso, sino dirigir la energía hacia lo creativo. Para mí, mi papá era un monstruo de la creatividad que detestaba la mediocridad, y a mí me identifica todo eso. Me siento un reflejo de sus principios. Además, mi personalidad es tan histriónica como la de él. Soy muy buena para reunirme con amigos, crear proyectos, disfrutar la soledad, viajar, caminar por la ciudad y tenemos el mismo sentido del humor. A veces me da risa, porque hago cosas igual que él, como comerme la comida antes de sentarme a la mesa o ser tan torpe en lo doméstico. Me pasa también que le dedico tiempo a mis proyectos y me doy cuenta de que mi casa necesita una limpieza y me veo superada. Soy irónica igual que mi papá y soy buena para burlarme de los demás. Soy una gozadora igual que él.

Hace algunos años interpretaste a las mujeres de Lihn. ¿Cómo fue esa experiencia? ¿Te permitió conocer otras facetas de tu padre?

La verdad es que no, pues siempre supe que mi papá era un enamorado del amor. Hicimos esta obra porque nos interesaba profundizar en estas declaraciones de amor que encontré entremedio de sus archivos el año 90. Cuando las encontré vi al hombre detrás de mi papá. Aluciné con este Enrique amado. Mi papá era real. Como lo he dicho siempre, soy afortunada. Me dejó su vida entera escrita para que yo y todos lo pudiéramos conocer. Eso es lo que pasa con los artistas de verdad. Son un aporte tanto para los cercanos como para el resto, por lo que fue inevitable convertirlo en obra de teatro.

¿Por qué?

Me interesaba que la gente conociera esta faceta de mi papá y yo lo necesitaba en el teatro, y no creo haber ido en contra de sus deseos. Siempre he hecho lo que imagino le habría gustado que hiciera, y para el público fue una experiencia necesaria, porque se encontraron con un Lihn más humano y real, y eso lo hace tan trascendente. Antes de morir, mi papá me dijo: “Hija, cuide mis cosas, que la gente es muy fresca”, y con eso lo entendí todo. Mi papá sabía lo que me tocaría. Han pasado 30 años y sigo en esto. Enrique Lihn está más vivo que nunca.

En un país donde los apellidos importan demasiado, ¿qué ha significado para ti ser Andrea Lihn?

Al principio no me gustaba ser “la hija de”, porque sentía que yo no iba a estar a la altura de mi apellido. O que me iban a comparar con mi papá, y yo no quería ser escritora, sino actriz, y la gente cambiaba su actitud cuando sabían quien era yo. Eso me dejaba en una posición compleja, porque al ser “hija de” yo dejaba de ser “Andrea”, y eso marca un ímpetu al ego, ese que quiere lucirse o mostrarse. Mi ego se tiñó de mi apellido y mi vida se rodeó de él. Hoy en día me gusta ser “Andrea Lihn”, pues he comprendido la importancia de la figura de mi papá como creador y manejo mejor el tema. Ya estoy más grande y veo las cosas con más distancia. Ser la hija de Enrique Lihn es un orgullo y manejar su obra una responsabilidad.

¿Ser hija de poeta influyó en tu relación con la literatura?

Sí y no. A mí me gustaba actuar. Siempre he sido histriónica, lo que me hace muy poco sedentaria. He sido nómade toda mi vida y eso marca mi relación con mi oficio. Voy y vuelvo. Soy actriz, porque me dio celos la literatura. Rehuí de los libros mucho tiempo, pero en mi intimidad me cobijan. Escribo todos los días. He tomado cursos y talleres de poesía en otros países. Es un goce personal que no comparto por ahora, pero tengo muchos escritos dando vueltas. Es la manera que tengo, quizás, de entender a mi papá.

¿Qué poema de tu papá consideras imprescindible?

“Porque escribí” es el escrito más honesto y desgarrador, que libera un poco de biografía y punto de vista de mi papá frente al mundo. Es impactante, complejo, verborreico. Es un pedazo de él. Empiezas y terminas leyendo la obra de mi papá con este poema. Es el principio y el fin. Es su poema más lúcido y translúcido.

¿Qué crees que diría Lihn sobre el Chile de hoy?

Creo que mi papá tendría Twitter y viviría criticando permanentemente el liberalismo económico, el capitalismo y el consumismo. No creo que le gustaría vivir en esta sociedad consumista en la que estamos en Chile. Si Enrique Lihn tuviera Twitter, tendría miles de seguidores, de eso estoy segura.