Columna publicada el lunes 15 de mayo de 2023 en La Segunda.

“Quiero invitar al Partido Republicano a no cometer el mismo error que cometimos nosotros”, dijo el presidente Boric el domingo 7 de mayo, aludiendo así a la fallida Convención. “No vamos a hacer una Constitución partisana”, señaló ayer José Antonio Kast, rival del mandatario en el último balotaje y principal referente de los recientes ganadores. No hay que menospreciar esta coincidencia entre Boric y JAK. Porque más allá del ruido de estos días y pese a las evidentes discrepancias que existen entre ellos, es dicha coincidencia la que puede terminar favoreciendo el éxito del proceso constituyente en curso.

Si revisamos la trayectoria larga de nuestro país, el nacimiento de sus tres constituciones más relevantes se caracteriza no sólo por lo que algunos historiadores han llamado el “poder fáctico militar”, sino también por la existencia de personalidades fuertes a la cabeza del Ejecutivo. Sin Prieto, Alessandri y Pinochet sencillamente no se entienden las cartas otorgadas en 1833, 1925 y 1980.

Si miramos los orígenes de la Transición y los primeros años del Chile posdictadura, tanto la aceptación como las modificaciones iniciales del texto impuesto en 1980 son inseparables del protagonismo de Patricio Aylwin. Fue él quien apostó desde 1984 por derrotar al régimen de Pinochet mediante sus propias reglas y también fue Aylwin quien, después del triunfo del No y en medio de su candidatura a La Moneda, avaló las cruciales reformas de 1989.

Si examinamos el último gran cambio a la Constitución vigente, la figura de Ricardo Lagos brilla con luces propias. Ahora ese proceso suele juzgarse con severidad por sus deudas pendientes (¿qué habría ocurrido si esa macroreforma se plebiscitaba?, es la pregunta más habitual). Pero, tal como recuerdan Ascanio Cavallo y Rocío Montes en “La historia oculta de la década socialista”, las modificaciones de 2005 superaron múltiples obstáculos, se articularon con talento y perseverancia, y fueron consideradas por diversos actores locales e internacionales como un paso capital en la evolución democrática de nuestra república.

No hay duda. En Chile la historia constitucional es indisociable del liderazgo presidencial. O de su falta, en el caso de los intentos frustrados: por distintos motivos que no caben aquí (pero que están frescos en la memoria), ni Michelle Bachelet ni Sebastián Piñera jamás pudieron lograr algo semejante.

Hoy el país carece de un Ejecutivo fuerte o de un solo líder indiscutido. Pero al parecer sí tiene a un mandatario y a un aspirante a serlo —uno de izquierda y otro de derecha, uno ganador en diciembre de 2021 y otro en mayo de 2023— conscientes de cuál es la receta para el éxito (y fracaso) del cambio constitucional en la actualidad. Es un buen augurio.