Columna publicada el lunes 8 de mayo en Ciper Chile.

Una vez más, la voluntad del pueblo de Chile nos sorprende. Desde la elección de Sebastián Piñera en 2017, lo más consistente de nuestro electorado parece ser darles el triunfo a quienes impugnan a quién sea ostente el poder. Así, los otrora ganadores ven sus triunfos esfumarse rápidamente, por culpa de una ciudadanía que es exigente con sus representantes y que dice estar cabreada de promesas incumplidas. De este hastío traducido en comportamiento electoral son responsables tanto el propio expresidente Piñera, como Gabriel Boric y la fallida Convención Constitucional. Por lo mismo, no se pueden hacer interpretaciones unilaterales de los resultados de voto del pasado domingo 7 de mayo sino, más bien, intentar por ahora una interpretación circunstancial.

¿Qué puede explicar que el partido Republicano haya obtenido tal mayoría en el órgano constituyente? A mi parecer, la respuesta está en que leyeron de manera excepcional la situación por la que atraviesa el país; un terreno electoral marcado por, al menos, cuatro factores que expongo a continuación, sin saber aún si acaso esa lectura —que sus militantes llaman «de sentido común»— alcance para cimentar a más largo plazo una confianza popular esquiva.

1. Una «fatiga constitucional», marcada por la sensación de que nos encontramos enfrascados en una discusión de «los señores políticos», de poca relevancia para el diario vivir del país. En otras palabras, un chiche demasiado lujoso, que ya demostró que no resolvía los problemas evidenciados por el estallido, y que identifica este proceso con uno de los mismos polos de la tensión entre élite y pueblo explotada hasta el cansancio por los convencionales electos del primer proceso. Ahora, sin embargo, quienes antes denunciaron a quienes ostentan el poder se han convertido en los poderosos, sobre los cuales no tardarán en caer nuevas sospechas.

2. La instalación de una sensación de crisis por falta de certezas, la cual toca varios flancos relevantes para el diario vivir de las personas: inseguridad y delincuencia, muertes de carabineros, percepción de una inmigración descontrolada, carestía e inflación. En esta situación, la certeza se volvió un componente central para elegir candidatos, y el PR logró constituirse en la fuerza política que más garantías daba en estos temas; al menos, en un discurso bien articulado y simple de entender.

3. La asociación del voto por un Consejo Constitucional con un rechazo al gobierno. La administración de Gabriel Boric cometió hace unos meses un error insalvable e histórico al defender al Apruebo en el plebiscito constitucional del 4-S, a lo que han venido a sumarse errores serios de gestión (desde el «gabinete Irina Karamanos» a los indultos a los presos de la revuelta, entre otros tropiezos graves) y las muchas dificultades de convivencia entre las dos (o más) «almas» de su coalición. La ciudadanía percibe que no hay avances demostrables para sus demandas, y entonces termina por convertir una elección sobre asuntos constitucionales en un plebiscito sobre la gestión del presidente en ejercicio.

4. Por último, el éxito Republicano puede tener que ver con que sus representantes todavía no han detentado una posición que les exija responsabilidad; o, dicho de otra manera, no se han manchado con el poder real. Su figuración en la pasada Convención Constitucional fue más bien simbólica, pero lo que ahora digan sus representantes tendrá consecuencias reales. Ya no habrá tiempo para explicar exabruptos, como los que hemos visto de algunos de sus congresistas, ni se podrá apuntar a la agenda 2030 de la ONU como culpable de todos los males. El PR deberá mostrar eficacia y sentido de urgencia ante este electorado exigente y esquivo. Sobra decir que elaborar una Constitución «de revancha» sería un error imperdonable. De hecho, los propios republicanos deberán refrenar su propio poder, ante la ausencia de una oposición con votos suficientes para cambiar o vetar contenidos.

Junto con todo lo anterior y los argumentos que he expuesto en otros espacios la elección del pasado domingo muestra varias paradojas interesantes que marcarán el devenir de nuestra política. Por una parte, la pregunta de qué hará “Chile Vamos” para recuperar un espacio propio, pues fueron la coalición que pagó los costos de haber posibilitado un acuerdo constitucional y quizás enfrenten ahora una «noche de cuchillos largos» por esta caída electoral. Ya hemos dicho que la moderación no alcanza por sí sola para sostener un proyecto político. Habrá que mirar hacia adentro, preguntar qué se le puede ofrecer al país, invertir en formación de cuadros y extender redes que hoy brillan por su ausencia. Además, la derecha más dialogante deberá revertir la sensación de que tiene parte de la responsabilidad del enredo en que estamos, considerando que gobernaron hasta hace muy poco tiempo.

Para el gobierno, en tanto, el resultado de este 7-M abre una oportunidad para dedicarse a abordar otras dimensiones de un pacto social. Sus planes originales han sido derrotados de manera ignominiosa no una, sino que dos veces. En cierto sentido, el gobierno terminó víctima de sus propios errores. En mi opinión, si volviera a aparecer el Gabriel Boric de la segunda vuelta presidencial, quizás haya espacio para crear algún legado de importancia. En caso contrario, el saldo para el gobierno del Frente Amplio sería firmar una Constitución elaborada por una mayoría de derechas.

Hay un último tema que es importante abordar: el Apruebo de salida no está para nada garantizado. Esto debiera operar como incentivo para generar acuerdos-base que generen la estabilidad necesaria para abordar los problemas que hoy son urgentes. Para el FA, se juega la oportunidad de incidir en la discusión de una nueva Constitución; para los republicanos, la de mostrar capacidad de conducción real. Para Chile Vamos, el desafío está en la reconstrucción de un sector vapuleado.

También hay urgencias para la ciudadanía. El número de votos nulos y blancos superó a casi todos los partidos, y aunque no podemos fácilmente imputarles a estos una causa, no es descartable que reflejen una distancia con el proceso constitucional como un todo. Se juega ahí la posibilidad de volver a confiar en la política en vez de sumirse, una vez más, en la desafección y la desesperanza.