Columna publicada el miércoles 1 de marzo 2023 en CNN CHile.

Las vacaciones y la lucha contra los incendios han coincidido con un leve aumento en la popularidad del presidente Boric. Este impulso —sumado a la experiencia adquirida en el primer año de gobierno— quizás le permita enfrentar en mejor pie un marzo lleno de desafíos. Sin embargo, esa posición relativamente auspiciosa podría derrumbarse con rapidez si sigue manteniendo el mismo modus operandi utilizado hasta ahora: uno en el que “el golpe avisa”.

Si bien este gobierno comenzó con una actitud intransigente durante sus primeros meses, las propias circunstancias lo han llevado a corregir provisoriamente el rumbo tras haber chocado con la realidad. Ante cada derrota, los grupos oficialistas han debido ajustar el norte en direcciones que contradicen sus tesis originales. Este comportamiento se ha visto en temas sensibles como inmigración, control del orden público, comercio internacional, en el uso de los estados de excepción o en el trato hacia carabineros, y la lista podría seguir. En todos esos casos, la fuerza de la realidad se ha impuesto sobre los vestigios ideológicos de los grupos más radicales de Apruebo Dignidad. De tal forma, la presión de las necesidades cotidianas y reales ha puesto en evidencia la debilidad práctica y técnica de las banderas ideológicas del frenteamplismo con respecto a los problemas más urgentes de la ciudadanía. Por eso resultó un poco caricaturesco cuando algunos de sus miembros celebraron la aprobación del TTP-11.

Como resultado de lo anterior, el peso de los radicales dentro de la coalición oficialista parece estar disminuyendo, lo que ha llevado a una transferencia gradual del control de la administración a la centroizquierda. A pesar de haber sido criticada hasta la saciedad, esa centroizquierda tildada de neoliberal, entreguista y vendida a los poderes fácticos —o, como bien resumió el ministro Jackson, con “otra escala de valores”— ha demostrado tener un mayor sentido político, salvando al gobierno de un (mayor) fracaso.

Ahora bien, los grupos más inclinados a la ultra siguen ocupando importantes cargos dentro del gobierno en casi toda la masa burocrática, específicamente desde las subsecretarías para abajo. Desde allí y otros lugares, presionan por políticas sectoriales que benefician a sus integrantes afines pero que perjudican a la mayoría de los ciudadanos y al propio gobierno. Es relevador que después de más de seis meses del ingreso del Socialismo Democrático al comité político, el cambio de los mandos medios no haya sido realizado. Esto ha generado conflicto entre la actuación de determinados jefes ministeriales y sus subordinados. Algunos ministros reman hacia un lado mientras su tripulación rema hacia el otro. Mientras el gobierno, por momentos, se queda estancado en la lucha de las dos direcciones hasta casi partirse en dos.

El problema de esta dinámica es que cambiar de opinión a punta de choques e improvisaciones, y aún más, hacerlo en dirección contraria, conlleva altos costos en términos de credibilidad y eficacia en la gestión gubernamental, sobre todo si esos cambios no son acompañados de una narrativa adecuada que ayude a comprender la justificación de lo que se hace. En términos simples, un gobierno errático es incapaz de proveer un marco y un discurso. Esos lotes que llegaron a La Moneda con actitudes beligerantes han desestabilizado al Presidente en la toma de decisiones en varias oportunidades, obligando al gobierno a cambiar de rumbo constantemente y haciéndolo ver débil e inseguro. Al final, el Ejecutivo es similar a una persona desorientada y asustada introducida en una pieza oscura, de la cual solo logrará salir moreteada tras golpearse contra todos los objetos posibles para encontrar la salida.

Pero no todo es negativo. A diferencia de la izquierda más extrema, el Presidente por momentos da la impresión de saber y, sobre todo, querer escuchar. Ahora dependerá de los consejeros de los que se rodee, y de la calidad de los diagnósticos y opiniones que lo circunden. En este posible cambio de gabinete, Boric tiene la oportunidad de alejarse de los colectivos que ya no suman y que carecen de la capacidad, las herramientas y el talante para gobernar.

Como señaló la ministra del Interior, Carolina Tohá, “es momento de actualizar la promesa de este gobierno ante el pueblo de Chile”. Por lo mismo, recordemos que la mayoría de los chilenos le cerró la puerta a los grupos radicales que apoyaron la destrucción de sus ciudades, calles y plazas, y probablemente volverá hacerlo si los mismos siguen erosionando nuestras instituciones.