Columna publicada el miércoles 12 de enero de 2022 por CNN Chile.

Cada día la vida es más costosa, y no solo en términos económicos. Hoy tenemos menos tiempo libre (según algunos informes, más de la mitad de los trabajadores tiene jornadas laborales que superan las 48 horas semanales), hay problemas graves de salud mental (un 46,7% de los chilenos cree tener síntomas de depresión) y dificultades enormes para conciliar la vida familiar con la laboral (antes del estallido, habitantes de comunas como Quilicura o La Pintana podían demorar dos o más horas en llegar a sus trabajos o a su casa). 

La persistencia de estos y otros problemas provocan que tener hijos no sea una decisión fácil. De hecho, para la mayoría de la gente, criar y mantener niños parece estar convirtiéndose en toda una odisea. Padres y madres reman contra la corriente, abandonados a su suerte por un Estado que no ha priorizado a la familia, por empleadores muchas veces incapaces de comprender que la vida no se acaba en la oficina y por ciudades que se han ido adaptando a una cotidianeidad con más perros que niños.  

Las secuelas de esta batalla contra los hijos están a la vista: el 2020 fue el año con menos nacimientos en casi siete décadas y el 2021 no parece haber sido mucho mejor debido a la persistencia de la pandemia. Solo un voluntarismo ingenuo nos podría hacer creer que la tendencia se revertirá en este año que comienza, pues la incertidumbre económica y social está lejos de ser un buen incentivo a la hora de pensar en posibles hijos. 

Una de las múltiples consecuencias de este fenómeno son los efectos que produce en la capacidad del Estado, tanto por el desequilibrio entre población anciana y joven como por la menor recaudación de impuestos y otras consecuencias económicas que trae aparejado. Dicho en simple, si el objetivo del próximo gobierno –y de la Convención Constitucional– es comenzar a construir un Estado social o de bienestar, una de sus principales tareas debiese ser, precisamente, apropiarse con fuerza de este tema. Así como también del envejecimiento: muchas personas jubiladas implican nuevas tensiones para el Estado, y según algunos estudios, en 20 años más Chile estará entre los 30 países con mayor vejez del mundo. A estos problemas de base hay que sumar otros que ponen la tarea cuesta arriba para las próximas administraciones, como la potencial crisis económica, la creciente inflación, el persistente fenómeno de la violencia social, un sistema de pensiones a medio morir saltando y una pulsión de cambio en la sociedad que la política aún no es capaz de procesar de forma adecuada. 

En concreto, la izquierda que está pronta a gobernar debe acusar recibo sobre la relevancia del fenómeno de la natalidad, pues puede terminar siendo un obstáculo importante para el “proyecto de transformaciones” que buscan emprender durante los próximos años. Ahora bien, la reacción de este sector frente a este problema suele ser bastante distinta a la que requiere el contexto, pues en muchas ocasiones tienden a suponer que la preocupación por el número de nacimientos es una agenda que debiese importar solo al mundo conservador. Así, varios suelen creer que el reclamo por la falta de niños responde exclusivamente a criterios morales o religiosos, como si se tratara de una especie de subterfugio a través del que ciertos grupos intentan imponer un modelo de familia numerosa que no tiene por qué ser el ideal de vida de la mayoría.

Es real que detrás de la defensa de la familia –y, por ende, de la natalidad– hay una aproximación antropológica específica. Sin embargo, ciertos grupos de la izquierda tienden a mirar con total desconfianza (y hasta burla) a quienes sostienen tal visión, contradiciendo la misma idea defendida por ellos sobre el respeto a todos los modos de vida. Esto se refleja, entre otras cosas, en el desprecio respecto de aquellas mujeres que postergan su carrera laboral u otros proyectos por tener hijos, como si esa no pudiera ser una elección legítima y libre. Para muchos, tomar tal opción sería una especie de corroboración del patriarcado alienante y no una decisión en donde se cruzan muchos más factores que la pura dominación machista. 

Esta y otras reacciones –como la de igualar hijos con animales domésticos– muestran que el desafío de los sectores más progresistas de la nueva izquierda a la hora de asumir con firmeza los problemas vinculados a la natalidad es mucho más profundo que un asunto de pura política pública. Y que se remite, en parte, a una aproximación respecto de la paternidad y la maternidad mediada por aquellos criterios de soberanía y autonomía individual que desde hace años vienen permeando en casi todas las posiciones políticas que asumen. Aunque parezca imprescindible frente a un problema colectivo como la natalidad, será extremadamente difícil para ellos abandonar esta lógica, que tiende a estar enquistada en temas tan disímiles como migración, aborto, eutanasia y pensiones, entre muchos otros. 

A pesar de los problemas que puede provocar esta aproximación en la reflexión sobre el bajo número de nacimientos, parece fundamental que este gobierno inicie su mandato construyendo algunas políticas de Estado que generen condiciones para que las familias puedan tener hijos, que ayuden a compatibilizar la vida familiar con la laboral y que permitan a las parejas proyectarse en un futuro de mayor estabilidad. 

De lo contrario, es muy probable que en un tiempo no tan lejano haya más caniles que jardines infantiles; más viejos que jóvenes para ayudarlos a atravesar los problemas de la tercera y cuarta edad. Y es probable también que, de no mediar una agenda robusta y transversal sobre el problema de la natalidad y el envejecimiento en el Chile de hoy, el Estado social o de bienestar se convierta en una palabra vacía; en un concepto que remite al sueño frustrado de una ciudadanía cansada de promesas incumplidas; en otro más de esos lemas concertacionistas –“crecer con igualdad”– que la nueva izquierda que ahora le tocará gobernar fustigó con o sin razón por varios años. Nunca hay que olvidar que la historia no se repite, pero a veces termina rimando.