Columna publicada el 6 de febrero de 2023 por La Segunda.

En tragedias como los actuales incendios la realidad se nos presenta como en miniatura condensada. En lo bueno y en lo malo. Están presentes, de partida, las peores patologías: desde esos pocos sujetos que con negligencia o intención han causado incendios, hasta quienes de modo insufrible esparcen rumores sobre eventuales culpables. Está asimismo la necedad de quienes explican por singularidades nacionales un tipo de desafío que hoy es global. Pero están también los más variados grupos colaborando en solidaridad, y está la preocupación de un país entero que se duele con los que de modo más directo padecen la catástrofe.

Algunas cuestiones de fondo también se asoman. Los modelos de desarrollo –ilustrados aquí por las forestales– merecen desde luego ser discutidos; pero merecen serlo de modo serio, no con turbas de fanáticos de lado y lado. Como país tenemos que ser capaces de un diálogo que esté más allá de “vivan las forestales” y “que se acaben las forestales”. Esto vale no solo para el “modelo forestal”, sino para todo el “modelo”. La frase tal vez más relevante de la semana fueron las palabras de la ministra Vallejo ayer domingo llamando al aporte privado: “no es sólo tarea del Estado”. Su precepto vale para todas las dimensiones de la vida social, como deberemos recordar durante los próximos meses.

El mismo hecho de que en medio de esta catástrofe se cierre hoy la inscripción de candidaturas para el Consejo Constitucional es, por otra parte, una buena ilustración de cómo el proceso constituyente ha estado desde sus inicios como rodeado por las quemantes necesidades del país. La vez pasada este elemental hecho fue ignorado: todo se imaginó como abordable por vía constitucional; así se canalizaría cada problema vuelto visible el 2019. El resultado es que tres años tras el estallido poco ha cambiado en lo que se refiere a las mayores urgencias sociales. Hoy parece poco probable que se repita ese error y tal vez prime más bien la apatía respecto de un proceso que se percibe como distante respecto de nuestros problemas reales. No tiene por qué ser malo: un proceso aburrido, como notara el ministro Cordero, puede ser promisorio. El reencuentro del país también pasa por aferrarse a cosas probadamente buenas en lugar de intentar inventar la rueda.

En cualquier caso, por acotada que sea su importancia, el problema constitucional es real y la tragedia de la semana debiera invitarnos a todos a participar de él con una disposición constructiva. Es cierto que hay espacio en el corazón humano para todo tipo de pequeñeces; no es necesario entrar a redes sociales para descubrirlo. Pero en semanas como esta vemos que no todo es mezquindad y que la unidad del país no es una quimera.