Columna publicada el sábado 5 de febrero de 2022 por La Tercera.

La Convención Constitucional ha resultado, hasta ahora, un ejercicio legislativo absurdo, pero un interesante laboratorio político. La gran hipótesis a prueba se refería a la representación política. Existía la ilusión popular, históricamente recurrente, de que el pueblo unido avanzaría sin partidos. Independientes, indígenas, ecologistas, capuchas y académicos sueltos, en teoría, nos devolverían la dignidad secuestrada por los partidos tradicionales. Superaríamos los problemas de la mediación “superándola”.

El primer golpe de realidad lo entregó la “Lista del Pueblo”. Eran el buque insignia de la hipótesis a prueba. Y resultó un barco pirata. Rodrigo Rojas Vade y Diego Ancalao son nombres que quedarán atados a la infamia circense de esta época. Pero también, como Karina Oliva, son chivos expiatorios -aunque no inocentes- usados para tratar de blanquear al resto de sus excamaradas. Truco que, por cierto, no funcionó mucho: la ilusión de pureza se ha roto. Lo que vemos son lotes tan chantas como el peor de los partidos de siempre, usando artificios idénticos para zafar por actos que empatan con lo más bajo de los “30 años”. Décadas cuya crítica histérica por el FA, además, menguó apenas se acercaron al poder.

Todo esto debería poner la lupa sobre las asociaciones civiles supuestamente ciudadanas y locales desde donde provienen muchos de estos actores. ¿Son tales, o más bien plataformas de ultraizquierda, levantadas con excusas feministas o ecologistas? La conducta incongruente de ellas (cuando solo se activan en casos funcionales a la izquierda, y nunca en otros) indicaría lo segundo.

Para seguir, la pretensión de representación corporativa de los pueblos indígenas se ha mostrado una farsa. Se dañó el principio democrático -haciendo que el voto de algunos ciudadanos valiera mucho más que el de otros- para terminar con representantes que antes de pertenecer a tal o cual etnia son, en su gran mayoría, activistas de izquierda. El velo étnico, rasgado por las votaciones en bloque con comunistas y listapoblistas, terminó de caerse con la censura de los originarios a Richard Cailaf para integrar la mesa técnica de participación indígena, por no comulgar ideológicamente con ellos. Requiere un alto grado de autoengaño seguir simulando que el corporativismo étnico constituye un aporte a la democracia, cuando la daña en el principio y en la práctica.

Finalmente, el afán de “elegir personas” terminó sometiendo nuestro destino institucional al capricho de muchos vanidosos que solo se representan a sí mismos. Y lo cierto es que el egoísmo táctico de los partidos resulta menos peligroso que el narcisismo individual tuitero. Un adicto a su propia imagen es un tirano. En eso deviene la “superación” de las mediaciones.

La hipótesis alternativa a la del octubrismo debería llevarnos a concluir que Chile necesita algo parecido a lo que tenemos, pero correctamente reformado, reparado y reconducido. El problema es que los convencionales que encarnan el fracaso mismo de los principios puestos a prueba ahora quieren elevarlos a rango constitucional. Sería raro que los únicos beneficiarios del error no insistieran en promoverlo, a pesar de todo, como santo remedio.