Columna publicada el domingo 7 de agosto de 2022 por El Mercurio.

Giorgio Jackson nos ha informado que su generación posee una inédita escala de valores, muy distante de las precedentes. Junto con agradecerle al ministro la generosidad de estar dispuesto a gobernarnos —no debe ser fácil lidiar con seres impuros como nosotros—, es posible extraer algunas conclusiones de su extraña confesión. Desde luego, nunca debió decir lo que dijo; aunque todos sabemos que, si hay una idea en el corazón del Frente Amplio (FA), es esta: un puñado de elegidos ha venido a iluminarnos. Al verbalizar aquello que debe callarse, exacerbó las dificultades que enfrenta el gobierno.

La primera —y más evidente— guarda relación con sus socios, que fueron protagonistas de ese pasado que se denosta. Sin el socialismo democrático, el gobierno apenas alcanza un cuarto de la cámara y un décimo del senado. Esos números no bastan para gobernar, y ni hablar de transformaciones profundas. Por lo mismo, el Presidente ha insistido una y otra vez en trabajar con vistas a tener una sola coalición, capaz de brindar gobernabilidad. Eso exige construir confianzas, escuchar, y evitar los roces innecesarios. Con una frase, Jackson echó por la borda todos los esfuerzos realizados en esa dirección. El eje PS-PPD está en el ejecutivo porque sus votos eran necesarios, pero se les desprecia. Además, no se trata de un desprecio cualquiera: es un desprecio de orden moral. Si alguien podía abrigar alguna ilusión sobre las intenciones del FA respecto de la vieja Concertación, supongo que esta semana se ha disipado. La centroizquierda sólo podrá sobrevivir si se sacude el complejo de inferioridad, y gana el respeto de los más jóvenes (respeto que, recordemos, perdió el 2011, cuando abdicó de su historia).

Ahora bien, las palabras de Jackson revelan otro problema del oficialismo, quizás más grave que el anterior. Las palabras del ministro retratan a una generación, la generación lírica. Los líricos se observan a sí mismos, y se gozan en la contemplación de sus virtudes. Los líricos son inocentes, y no soportan no ser reconocidos como tales. De allí, por ejemplo, el lugar que le asignan a la dimensión performativa: ellos son el centro; y nosotros, simples mortales, debemos (ad)mirarlos. Consideran todo lo antiguo como corrupto, y se sienten portadores de un nuevo evangelio, de una nueva legitimidad que nadie puede disputarles; es más, que nadie está habilitado a disputarles — Sergio Micco sabe algo de esto—. Dada su pureza original, miran con espanto un mundo que consideran sórdido. En el fondo, es una actitud que tiene mucho de estética y poco de política. Todo esto puede funcionar bien desde fuera del sistema, pero la verdad es que ejercer el poder desde esa posición da resultados muy extraños. ¿Cómo gobierna un inocente? Respuesta: viajando a Temucuicui, tratando de convencernos de que la inflación no es tan mala, afirmando que las tomas son un “win-win” (sic), y así.

De este modo puede explicarse que, tras varios meses en el poder, aún no tengamos mayor detalle del plan de acción del gobierno. Puede suponerse que están esperando el plebiscito, pues ven en el proceso constituyente un horizonte. Sin embargo, incluso si ganan —cuestión que el ministro Jackson parece empeñado en impedir— se van a decepcionar. El proyecto de constitución viene marcado con el mismo signo: fue redactado por inocentes, fue escrito suponiendo que basta la buena voluntad para extirpar el mal del mundo. No es casualidad que la franja del Apruebo afirme que el nuevo texto terminará con la colusión, con la violencia doméstica y con todo lo que nos disgusta, como si la realidad pudiera ajustarse a nuestros deseos si los ponemos en papel.

En ese sentido, la declaración de Jackson nos da una clave central de la situación política: el gobierno no se decide a gobernar precisamente porque no quiere —ni puede— hacerlo. Esta generación no quiere hacer política, quiere posar para nosotros y para el futuro. No quiere ser juzgada por sus resultados, sino por sus impecables credenciales estéticas y morales. No quiere ensuciarse las manos tomando decisiones difíciles, no quiere mezclarse con la inmunda realidad. Prefiere el estado de negación y las dulces ilusiones a un choque que sería demasiado doloroso, y que exigiría renegar de tantas marchas y consignas gritadas en la calle. Por eso se limitan a comentar sucesos que, en último término, les resultan ajenos. La política no es digna de ellos.

El Frente Amplio vino a traer aire fresco a nuestra escena pública. Su inspiración inicial era superar el inmovilismo (real) y la firme voluntad de realizar cambios profundos. Sin embargo, se están privando deliberadamente de los medios para alcanzar sus objetivos. La ambición de transformar quedará en mero testimonio si no va acompañada de un correlato político, que implica aunar mayorías, conversar, sumar, y reconocer la legitimidad del otro. En concreto, admitir la pluralidad del mundo. Mientras los jóvenes del Frente Amplio no comprendan ese dato, su gobierno seguirá siendo lo que ha sido hasta ahora: una declaración de intenciones que no logra traducirse en acción. O, dicho de otro modo, una enorme esperanza transmutada en enorme decepción.