Columna publicada el lunes 11 de julio de 2022 por La Segunda.

Es sabido que la derecha posdictadura padeció inmovilismo en materias constitucionales, influida –entre otras cosas– por una falta de reflexión muy perjudicial. Así lo revela una serie de episodios, desde las promesas incumplidas a de los noventa hasta el portazo de Andrés Chadwick al proyecto que legó la expresidenta Bachelet. Sin embargo, muchos invocan esta trayectoria de manera antojadiza o parcial, según el caso.

Si, por ejemplo, examinamos la restauración democrática, se observa una incómoda convergencia política y económica en varios asuntos, de la mano del “deseo nacional” de vivir en paz –así lo describió el historiador Joaquín Fermandois–; un deseo respaldado en las urnas desde 1988 en adelante. No por azar Oscar Godoy bautizaría este período como “la transición pactada” y Edgardo Boeninger luego sinceraría que en la centroizquierda “no podían reconocer” aquella convergencia. Todo esto fue tan real como el “veto” de la derecha.

Si miramos el proceso constituyente de Michelle Bachelet, el cuadro también tiene sus ambigüedades. En la centroderecha predominó una actitud reactiva, sin duda, pero ya entonces hubo excepciones que mostraron mayor apertura como Jaime Bellolio, Felipe Kast y Manuel José Ossandón (pronto los dos últimos serían candidatos presidenciales). Por otro lado, si el proceso quedó inconcluso fue en gran medida por la incapacidad de la Nueva Mayoría para alcanzar una visión constitucional común. Las izquierdas –que gozaron de mayorías parlamentarias– ya sufrían los primeros efectos de la narrativa rupturista y refundacional que ahora explotó en la Convención.

Si, en fin, atendemos al plebiscito de entrada, RN estaba dividido, una mayoría de Evopoli optó por el Apruebo y también abrazaron esta posición los cuatro candidatos que disputaron la primaria presidencial en julio de 2021. Asimismo, constituyentes de centroderecha presentaron propuestas sobre múltiples materias en la Convención. Otra cosa es que los colectivos de izquierda hayan decidido ignorar -y a veces despreciar- sus planteamientos o, por mencionar un caso emblemático, acompañar la cláusula de Estado social con un puñado de etiquetas identitarias que impedían un acuerdo políticamente transversal.

Si a todo esto añadimos una década de renovada reflexión política e intelectual, se entienden mejor los énfasis actuales de Javier Macaya, la reciente declaración de los diputados de RN y el compromiso de 10 puntos que asumieron los partidos de Chile Vamos. A algunos les cuesta creer, como añorando –paradójicamente– la derecha noventera. Otros apuestan por la voluntad política de la oposición para articular un pacto constitucional de vocación mayoritaria y alcance nacional. Ese es el desafío y habrá que estar a la altura.