Columna publicada el domingo 9 de enero de 2022 por La Tercera.

Ya sabíamos que venían tiempos difíciles para Chile, pero es distinto confirmarlo con evidencia y detalle. Eso es lo que permite la publicación de los resultados de la Encuesta Bicentenario UC, que dibuja un panorama marcado por el pesimismo y la incertidumbre. Por poner algunos ejemplos, la percepción de distintos conflictos en el país ha aumentado de forma significativa, y al clásico entre ricos y pobres, se le suma con dramático protagonismo aquel entre mapuches y el Estado y entre inmigrantes y chilenos. En paralelo, ha crecido de forma importante la idea de que en Chile hay niveles de violencia que pueden amenazar el orden institucional, al mismo tiempo que aumenta su legitimidad como herramienta de demanda. La contracara de esto es la disminución de la legitimidad del Estado para ejercer la fuerza y controlar un orden público sin el cual no será posible construir nada. El telón de fondo de todo esto es la ya conocida desconfianza en nuestras instituciones, que contrasta con la muy alta percepción de que es urgente alcanzar condiciones de vida dignas para todos. ¿Cómo lograrlo si las instancias a cargo tienen una aprobación ciudadana en el suelo?

Pesimismo sobre el presente, pero también desapego del pasado, pues vemos procesos de desidentificación con los símbolos patrios y de disminución del orgullo con nuestra historia y nuestra democracia. No estamos cómodos tampoco con nuestro modo de ser, y aunque esto pueda ser algo circunstancial, ilustra el nivel de profundidad de este tiempo de crisis que, para bien o para mal, atraviesa Chile. Lo curioso es que esto se acompaña de una cierta esperanza que es, sin embargo, sumamente precaria. Pues en el contexto de una baja valoración de nuestras instituciones y nuestra trayectoria, y de sensación de incertidumbre y vulnerabilidad sobre el presente, esa esperanza descansa únicamente en los procesos políticos en curso, particularmente en el trabajo de la Convención Constitucional que goza nada menos que de la misma aprobación que carabineros. Es como si en ella se hubieran depositado todas las expectativas de mejora, sin que existan otras instancias que permitan distribuir mejor los tiempos y espacios de exigencia de respuestas. La presión que ella tiene entonces es enorme y no le deja margen de error. Porque ya sabemos que a esta ciudadanía pesimista la caracteriza también una paciencia colmada.

Los resultados de esta encuesta plantean desafíos de primer orden para quienes dirigen el llamado nuevo ciclo político, que tendrán que administrar un contexto entremezclado de temores, anhelos, desapegos y conflictos. Pero para lograrlo con éxito se requiere ejercer sin incomodidad la autoridad de los cargos ganados y abandonar las lógicas autocomplacientes que hemos visto los últimos días. La Convención Constitucional que lidera el proceso sobre el cual más expectativas tiene esta ciudadanía impaciente tiende a sumirse en la contemplación de sí misma, fascinada por su novedad e incapaz de formular autocríticas. No necesitamos líderes que se victimicen por acciones comunicativas en contra o por el patriarcado, ni que se jacten de realizar una supuesta democracia en tiempo real mientras despliegan una política facciosa que solo la impulsa la disputa vacía por el poder. Lo que urge es una política sobria y humilde que pueda cumplir con la tarea acotada, pero fundamental, que se le ha encomendado. Es la única garantía para que ese futuro tan esperado no choque violentamente con la realidad.