Columna publicada el martes 26 de octubre de 2021 por La Tercera.

1. La elección presidencial de este año era importante por diversos motivos: es la primera luego del estallido social, las masivas protestas y el acuerdo de noviembre de 2019, y se supone que debería haber mostrado especial reflexividad sociológica respecto a los grandes temas puestos sobre la mesa durante dicho proceso. En ello se jugaba, en buena medida, la recuperación de la legitimidad de la clase política (y del orden democrático que representa). Era la oportunidad para que las élites abandonaran su polarización y se mostraran capaces de liderar un nuevo pacto de clases orientado a consolidar, a mediano plazo, nuestras clases medias.

2. Sin embargo, esta ha sido la elección presidencial más vacía y sucia desde la recuperación de la democracia. Su contenido principal han sido ataques personales entre los candidatos y golpes de efecto sin sustancia. En términos de propuestas ha sido un chiste. La polarización de las élites no sólo no ha sido contenida, sino que ha sido exacerbada y exportada a cada rincón de la disputa electoral.

3. La candidata Yasna Provoste tiene especial responsabilidad en este emporcamiento de la disputa. Su técnica electoral es básicamente el matonaje sin escrúpulos mezclado con uso estratégico de la victimización. Golpea como Trump y se defiende apelando a su sexo y etnia. Así ha logrado instalarse, pero con un costo general importante para la elección, que ha tendido hacia los extremos. Y también para la clase política en general, que confirma frente a la ciudadanía la percepción de que los problemas concretos de las personas no les importan realmente. Que la lucha real es palaciega, por la dominación y el poder. Esto enajena más todavía a los ciudadanos respecto a nuestro orden democrático y fortalece los discursos autoritarios. Resulta irónico hasta el absurdo que Provoste pretenda levantar la bandera de la gobernabilidad desde una candidatura que sólo la ha erosionado.

4. Pero Provoste logró instalar el tono del debate -si puede llamarse debate- porque el resto no tenía mucho más que poner sobre la mesa. Las disputas entre Sichel y Boric al inicio de la campaña ya habían sido de baja estofa. Salud, trabajo, crecimiento, educación, transporte, jubilación, reforma al Estado y vivienda, junto con agua y cambio climático, han estado siempre en un tercer plano.

5. La desmejorada situación del candidato Sebastián Sichel se explica en buena medida por no haber logrado moverse desde su historia personal, eje de la campaña que lo hizo ganar las primarias de la centroderecha, hacia un programa realista de transformaciones que se hicieran cargo de las expectativas de las clases medias. Se habla de cambio en paz y responsable, pero no aclara nunca los términos del nuevo trato entre grupos sociales. ¿Cómo avanzaremos hacia un país con una clase media consolidada, donde trabajar alcance para vivir? En su desesperación, Sichel ha optado por hacer el mismo giro que condenó a Evópoli a la irrelevancia política: tratar de marcar su diferencia en base a agendas identitarias que nadie considera prioritarias fuera de los activismos correspondientes. Es un callejón sin salida.

6. Con esto se confirma que una nueva centroderecha aún no termina de madurar. Todavía es incapaz de convocar un pacto de clases diferente, pues termina siempre capturada por discursos gerenciales que no dan el ancho. Muchos en su interior creen que ser de centro es ser liberal en lo moral, y que con esto basta para perfumar el cadáver, como si la brecha entre estructura social y estructura institucional fuera un invento de la izquierda, un mero discurso que “engaña a la gente”. Como si la precariedad de nuestras clases medias, agudizada hasta el extremo por la crisis demográfica, fuera un mero relato a combatir con una batería diferente de eslóganes.

7. De hecho, el gran problema del candidato Kast -a lo que Sichel debería apuntar- es la pobreza de su agenda social. Kast lidera un programa de restauración capitalista que no se hace cargo de la brecha. Pero Sichel no puede apuntar a ese problema si su propia campaña no lo hace visible ni trabaja sobre él.

8. Dada la decadencia de la campaña presidencial, muchos giran la mirada hacia la convención constitucional. Sin embargo, ella aparece amenazada por las mismas dinámicas de polarización elitaria. ¿Por qué deberíamos esperar que salga algo distinto de ahí? ¿En qué podría sostenerse dicha esperanza?

9. Más bien parece que, como en una tragedia griega, todos sabemos lo que va a pasar y nadie es capaz de evitarlo. Todos, todos, saben que un proyecto de consolidación de las clases medias requiere décadas de crecimiento y redistribución efectiva. Que eso no se alcanzará jamás sin consensos amplios en áreas estratégicas, como reforma al Estado y sistema tributario. Y que el triunfo de la polarización nos atrasará 10 o 15 años en poder comenzar ese camino, pues al triunfo de una posición extrema suele seguirle un bandazo en la dirección contraria, y sólo luego de un recorrido pendular completo se retorna a la moderación y la racionalidad. Si es que se retorna.

10. El debate sobre el cuarto retiro involucra todos los horrores que amenazan al país. Desde el ataque empapado de psicopatía farandulera de Pamela Jiles a la Senadora Goic -utilizando el cáncer sufrido por la segunda- hasta la conducta estilo mafia de la Democracia Cristiana para empujar el cuarto retiro, pasando por la inflación desatada y la ignorancia económica de los políticos, así como por el miedo y la desesperación de las clases medias, para quienes los retiros operan como un poderoso sedante que conduce a la muerte. Toda la vanidad, la desigualdad, la locura y la iniquidad de un país que cometió graves errores y no hizo las reformas a tiempo. Todas las miserias fermentadas bajo la alfombra de los últimos años, y que pueden llevar a nuestro país al naufragio, están ahí visibles para el que las quiera observar.

11. La polarización de la izquierda -y la renuncia de la centroizquierda a existir- auguran, en todo caso, que cuando la moderación venga, nacerá probablemente de la centroderecha. Esto porque, durante la crisis, la derecha -incluyendo a Kast- se ha mantenido dentro de los márgenes republicanos y democráticos, mientras que un sector importante de la izquierda ha luchado por sobrepasarlos, por ejemplo, promoviendo remover al presidente por la fuerza, legitimando la violencia política o avanzando medidas que llevan al caos económico. Algo que Sichel -con todos sus males- ya logró, obtenga los resultados que obtenga, fue desacomplejar a importantes sectores de la ex-Concertación para sumarse a un proyecto de centroderecha moderno. Tal tendencia sólo debería reforzarse a futuro, viendo que ya casi nadie pretende sostener el centro en la otrora centroizquierda. Cuando las tormentas de la polarización pasen, la reconstrucción le corresponderá, muy probablemente, al sector que haya logrado mantener la cordura, articulando un proyecto moderado y realista, aún entre toques de a degüello y promesas más infladas que el peso.