Columna publicada el sábado 8 de mayo de 2021 por La Tercera.

El joven Marx afirmaba que la religión era el opio de las masas porque actuaba, en relación a ellas, como sucedáneo de un mundo mejor y como analgésico frente a la miseria. La religión, escribió, “es el suspiro de la criatura atormentada, el alma de un mundo desalmado, y también es el espíritu de situaciones carentes de espíritu”.

Esta idea me parece una distorsión materialista. La religión puede ser utilizada para la dominación política, por cierto, pero ella es el único punto de apoyo irreductible desde el cual el poder temporal puede ser puesto en cuestión, justamente porque apunta a una autoridad que lo engloba y supera. Es Dios quien revela el carácter limitado y condicional de los poderes de este mundo.

Sin embargo, Marx hace un punto crucial: la experiencia del sinsentido es muchas veces enfrentada mediante sucedáneos de sentido que calman la angustia. Y estos simulacros son síntoma del malestar, pero no sólo eso. En su corazón hay trozos desfigurados de esperanza.

Siguiendo el consejo de Josefina Araos, entonces, me pregunto cuáles podrían ser los fragmentos de esperanza que contiene el asalto farandulero a nuestro sistema político, en vez de ver en ello, desde mi sesgo ilustrado, pura alienación y carencia.

Este ejercicio me exige revisar algunas convicciones previas sobre la situación chilena. Una es la idea de que la desconfianza en la política ha llevado a que las personas no esperen más que dádivas de ella. Es decir, la instalación de una lógica política transaccional.

¿Es cierto que el chileno promedio sólo entiende la política como clientelismo? He comenzado a dudarlo. Es un hecho que muchos políticos han actuado últimamente como personaje de telemercado, pero eso no implica que esa sea la expectativa popular. De hecho, ninguno de ellos ha logrado crecer en las encuestas. En “The West Wing”, la vocera de gobierno, C.J. Cregg, le dice al ayudante del presidente, Charlie Young, que todos se vuelven idiotas en periodo electoral. La respuesta de Young es “No, pero todos son tratados como si lo fueran”. ¿No será nuestro caso?

Pamela Jiles construyó en un inicio su personaje como una operadora del pueblo que, mediante técnicas de humillación de reality show, le arrebataba acuerdos pragmáticos y aterrizados a una élite política alienada, polarizada y decadente. La verdugo farandulera de la política de farándula. Ahí parece estar la perla de esperanza: ella y su estilo serían una bisagra y no un destino.

La inesperada valoración pública del sobrio gesto de Provoste en pos de “mínimos comunes” de gobernabilidad respalda esta idea. La contracara de darle de su propia medicina a la política de farándula sería la exigencia de una política seria fundada en las necesidades populares y orientada a resultados. Es decir, lo contrario a lo que casi toda la clase política ha entendido.

¿Será que la salida de la crisis de representación comienza por políticos volviendo a hacer política en vez de farándula? Veo al candidato Gustavo Toro arriesgarlo todo por rescatar San Ramón de los narcos, los clientelistas por excelencia, y pienso que sí. Que al fondo de la monstruosa humareda del presente habita una promesa. El tema es saber dirigirnos hacia ella.