Columna publicada el viernes 2 de abril de 2021 por El Mercurio.

“Nadie quiere hablar de la familia y la familia es toda la historia”, afirmaba recientemente James Heckman, premio Nobel de economía. La advertencia debiera tener especial resonancia en estos momentos en que nuestro país atraviesa, al mismo tiempo, por una profunda crisis social y una pandemia. Ambas han puesto de manifiesto con singular crudeza problemas como la desigualdad, la falta de oportunidades, la situación de marginalidad o vulnerabilidad, la violencia y maltrato que experimentan muchos de los habitantes de Chile. Estas y otras dificultades semejantes nos llevan inevitablemente a la familia, pero las propuestas que dominan la agenda están lejos de pensarse desde ahí y orientarse a ella.

El hecho sociológico básico que está detrás de la conclusión de Heckman y de otras numerosas investigaciones no es nuevo, pero muchas veces parece olvidarse: la familia es, literalmente, la base de la sociedad. Lo que sucede en ella tiene repercusiones directas en todos los ámbitos de la vida común y , por lo mismo, sorprende el silencio que existe al respecto en la discusión pública. Nadie quiere hablar sobre la relación entre las carencias sociales antes mencionadas y la fragilidad que hoy afecta nuestros vínculos familiares. En concreto: de la inestabilidad de las relaciones de pareja, del problema del ausentismo paterno y baja corresponsabilidad en la crianza, de los escalofriantes índices de violencia intrafamiliar, del creciente número de niños nacidos fuera del matrimonio, del abandono de los adultos mayores, entre otros. Esto, sin mencionar las condiciones materiales que hoy dificultan aún más la vida familiar: horarios de trabajo incompatibles, viviendas inaccesibles y pequeñas, falta de alternativas de cuidado, encarecimiento de bienes y servicios básicos, por mencionar algunos de los problemas más acuciantes. Todos ellos están relacionados con el estallido de octubre y han irrumpido con más claridad todavía durante la pandemia; sin embargo, los profusos análisis al respecto nunca llegan a la familia.

Tal vez el silencio respecto a ella tiene que ver con que suele ser calificada como un asunto puramente privado, que depende única o principalmente de consideraciones y volunta¬des individuales. Sólo tocamos el tema a propósito de libertades para elegir, y nada más. Ahí está el error: desconocer la dimensión pública de la familia. En efecto, de ella depende parte fundamental del bienestar de quienes la componen y, por tanto, de la sociedad en su conjunto. Es necesario, entonces, incorporar un cambio en la forma de enfrentar las dificultades sociales que nos aquejan. Cualquier solución pasa por la familia y debe pensarse desde esta perspectiva. El énfasis debe ser ayudar a estas comunidades, de manera que ellas puedan cumplir con las funciones que le correspondan en favor de la persona y la sociedad.