Columna publicada el lunes 8 de marzo de 2021 por La Segunda.

Hoy se conmemora un nuevo día de la mujer, hito cada vez más emblemático por el impacto de las demandas feministas. El fenómeno, desde luego, responde a problemas de larga data. Si esta causa ha alcanzado tal adhesión, es ante todo porque muchas mujeres han sufrido graves abusos e injusticias. En rigor, su protesta ayudó a visibilizar experiencias trágicas, que antes tendían a silenciarse.

Nada de esto, sin embargo, impide examinar las dificultades objetivas que revela este 8M. La más obvia consiste en la indiferencia de muchos colectivos respecto a la pandemia. Aunque las aglomeraciones ofrecen una ocasión propicia para el contagio, hay más de 80 encuentros anunciados para hoy. El episodio es todo menos anecdótico. La lucha por la dignidad exige que hasta los propósitos más nobles se persigan por medios adecuados, y recordar el 8M no es la excepción.

Por lo demás, un movimiento que dice reivindicar la cultura del cuidado debiera ser especialmente sensible ante el riesgo —para las asistentes y para toda la sociedad— de tener a miles de mujeres en las calles. Cuesta creer que el feminismo esté llamado o autorizado a poner en riesgo a los más vulnerables. Y por ese motivo, dicho sea de paso, habría sido deseable un llamado a quedarse en casa mucho más enfático de parte de Izkia Siches y otros liderazgos femeninos que gozan de credibilidad.

Con todo, el aspecto más problemático de los discursos que dominan las convocatorias para hoy reside, paradójicamente, en el papel secundario al que van siendo relegadas las mujeres de a pie. Suelen omitirse la soledad y el factor de clase inherente a tantos abusos e injusticias. No es que resulte más grave dañar a una mujer pobre que a una acomodada: asumir esto a priori sería absurdo. Pero también lo sería ignorar que aquí —tal como en demasiados asuntos— la soledad, la pobreza y la vulnerabilidad guardan directa relación con aquellos malos tratos que tanto indignan, pero que tanto cuesta erradicar.

Hay, eso sí, un plano aún más existencial en que se desconoce la singularidad de las mujeres. Mientras conmemoramos su día con entusiasmo, nos llenamos de consignas, siglas (LGTBQX) y jergas —la interseccionalidad es la moda del momento— que ocultan la especificidad material del cuerpo femenino. Para algunos, lo oprimido pareciera ser una identidad abstracta y no una mujer de carne y hueso. Dentro de ciertas élites ha sido tan exitosa la difusión de las corrientes posmodernas que nos acercamos a un curioso feminismo sin mujeres, al punto que emplear este término se vuelve políticamente incorrecto en algunos espacios. Y eso, en este día, da para pensar. ¿Cómo exigir justicia para ellas si incluso su existencia como tales se pone en duda?