Columna publicada el sábado 30 de enero de 2021 por La Tercera.

Las cosas empeorarán antes de mejorar. El proceso de vacunación tomará varios meses durante los que la situación sanitaria se deteriorará. Las vacaciones tienen un costo. El verano acabará, junto con las actividades al aire libre y las casas ventiladas. La contaminación atmosférica subirá en muchas ciudades. El tránsito interregional se limitará. Y el confinamiento se volverá, nuevamente, la regla. Además, cuando avance la vacunación, es probable que se decida cerrar las fronteras o exigir cuarentena de hotel a quienes arriben al país, para evitar nuevas cepas más resistentes.

Chile vivirá, los próximos meses, uno de sus momentos históricos más duros. La luz al final del túnel será visible, pero el esfuerzo necesario para llegar a ella será titánico. Un verdadero desafío emocional, económico y sociocultural.

En lo que queda del verano, necesitamos un giro comunicacional y relacional. El paternalismo doble vinculante de las autoridades, que nos libera de responsabilidad y nos castiga al mismo tiempo, no funciona bien: su resultado es el chileno que hace lo que quiere y después culpa al gobierno. Tampoco funciona el apocalipsis punitivo de matinal. Tenemos que dejar de empapar la crisis sanitaria en la neurosis del estallido social: la angustia desgasta. Se necesitan reglas claras, estabilidad y serenidad para reponer energías. Y lograrlo depende de todos.

¿Cómo organizar el descanso? Es cierto que hay demasiada gente en las playas (podrían demarcarse círculos en ellas). Pero también que la mayoría de los contagios se dan en espacios cerrados. Luego, lo verdaderamente crucial es limitar la socialización. Con ese fin es que debe regularse la música estridente, la venta de alcohol y las reuniones sociales.

En simple, es seguro descansar pero no carretear. Ese es el mensaje. Esto pone una carga enorme sobre los jóvenes, que a la vez son los menos amenazados. Para ellos habría que crear algo así como destinos de carrete con cuarentena estricta de salida. En tanto no existan, sólo queda llamar a la responsabilidad.

Terminado el verano y el descanso el gobierno debe presentar con rapidez reglas claras y simples para que las personas podamos organizar rutinas diarias que sean sanas. La rutina, tal como advierten los submarinistas, es la clave para soportar largos encierros. Pero requiere sostenerse sobre fundamentos que la hagan viable. El deporte diario y la posibilidad de salir a pasear una vez al día son fundamentales. Hay que humanizar la cuarentena. El retorno a clases presenciales, en tal contexto, no puede postergarse más.

La contribución de los medios de comunicación, durante este periodo, es generar serenidad. El encierro y la incertidumbre económica son duros. Se necesita paz para sobrellevarlos, no predicadores del horror. El ambiente de catástrofe total simplemente hace que bajen las defensas biológicas y morales, incentivando conductas de riesgo porque todo parece perdido.

Deberemos sumergirnos en la rutina, aferrarnos a ella, hasta que un día, después de cientos de días iguales, los números habrán caído. La vacuna habrá prevalecido. Y el país podrá ponerse de pie, abrazarse y llorar a sus muertos. Estamos lejos todavía, pero no tanto.