Carta publicada el jueves 24 de septiembre de 2020 por El Mercurio.

Señor Director:

Con más entusiasmo que rigor, a diario se alude a la “hoja en blanco” en distintos espacios. El trabajo del eventual órgano constituyente supone esa lógica, pero en un sentido acotado: para su deliberación no se contempla ninguna regla por defecto. En términos simples, su finalidad sería proponer un nuevo texto y no solo una reforma constitucional. Sin embargo, toda deliberación presupone un contexto, y este caso no es la excepción.

En primer lugar, hay una serie de normas constitucionales que regulan el órgano constituyente. Ellas comprenden límites formales (“no podrá intervenir ni ejercer ninguna otra función o atribución”), y también sustantivos (“respetar el carácter de República del Estado de Chile, su régimen democrático, las sentencias judiciales”, entre otros). Además, los convencionales difícilmente podrían ignorar la historia constitucional del país, incluyendo la evolución de las últimas décadas. Al menos una porción relevante de ellos destacaría este aspecto.

Con todo, el principal equívoco relativo a la expresión “hoja en blanco” es que, mirado en su totalidad, el proceso constituyente sí tiene una regla por defecto. Si este proceso fracasa en cualquiera de sus etapas, sigue rigiendo la Constitución vigente. Solo se procedería a su derogación si en el plebiscito de salida (que requiere voto obligatorio) se aprueba el nuevo texto propuesto por la Convención.

Este panorama debiera llevar a la mesura a los actores políticos. El mundo de derecha debe ser capaz de distinguir entre el (indudable) ímpetu refundacional e incluso revolucionario de ciertos dirigentes, y lo que efectivamente dispone el proceso en curso. Por su parte, las izquierdas han de tomar conciencia del enorme desafío que implica el cambio constitucional. Este exige un esfuerzo transversal y mancomunado entre diversas fuerzas políticas. En las futuras discusiones, partiendo por el reglamento de la Convención, debieran ser los primeros en recordarlo. Si no es la “casa de todos”, seguramente no habrá nueva casa.