Artículo de Carlos Correa publicado en la revista Punto y Coma.

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Uno de los mayores atractivos en las historias de terror del cine y la TV son los zombies, cadáveres que caminan en busca de seres vivos a los que morder, infectar y devorar. Es una especie de alegoría maldita de la resurrección cristiana, y por tanto aterradora y atractiva para los espectadores occidentales. En el canon de cine creado por George Romero, el terror a los muertos vivientes era una alegoría de una sociedad de consumo que hacía perder el sentido de la realidad. Los muertos vivos deambulaban por centros comerciales vacíos, entre anuncios de neón y tiendas cerradas, notificando que la civilización estaba tan entrelazada con la sociedad de consumo que sucumbía con esta. Varios críticos vieron en la más famosa de las películas de este director, El amanecer de los muertos vivientes, una crítica al capitalismo, pero Romero en realidad predicaba su inevitabilidad. De ahí en adelante los muertos vivientes que caminaban putrefactos se convirtieron en metáforas sociales. 

La siguiente estación fue el video clip de zombies protagonizado por Michael Jackson y dirigido por John Landis, que funcionaba como pieza audiovisual de su álbum Thriller. Allí más bien hablaba de lo distinto y ambiguo, como el propio Jackson. El video suponía un elemento lúdico bailable en ello, y ser zombie se volvió divertido y motivo de fiestas temáticas. No parecía una metáfora social en modo alguno. Incluso, para despejar dudas, el propio Jackson señaló “It’s just a movie”, para que no haya duda de que no es nada más. Sin embargo, en una resignificación que dio la vuelta al mundo, un grupo de estudiantes universitarios en Chile lo resignificaron al convertirlo en uno de los momentos más mediáticos del movimiento del 2011. Ocupando la misma música de Jackson e incluyendo coreografías, bailaron al ritmo de la canción con carteles colgados anunciado el monto de sus deudas universitarias. El baile pasó a representar una pantomima de la muerte en vida, asociada a tener una importante desventaja financiera y un título con poca empleabilidad y, por tanto, una imposibilidad de estar en la sociedad de consumo. A diferencia de la película de Romero, donde moría la sociedad, acá eran ellos los cadáveres.

Frank Darabont, inspirado en el comic Walking Dead, mantuvo la estética original de la serie de películas romerianas, pero cambió radicalmente el relato introduciendo una mirada más relacionada con el Estado y las leyes. En la serie de televisión, cuyas primeras temporadas se ajustan a la trama del comic, un agente de policía encargado de imponer las leyes despierta abandonado en un hospital. Las normas han dejado de existir, los humanos sobrevivientes se agrupan en montoneras e impera la ley del más fuerte y las lealtades de sangre. El protagonista duda sobre dónde está el bien y el mal, pues su empleo se limitaba solamente a hacer aplicar las reglas creadas por otros. Al encontrarse con conocidos, se une a ellos y por tener la fuerza se convierte en líder, no sin antes aplicar la ley de la selva. 

Ese nuevo grupo social descubre posteriormente a otros grupos sedentarios, y después de enfrentarse en guerras de hordas, vuelve a tener tierras, asociadas a lazos familiares. Friedrich Engels, el socio y financista de Marx, describe en su libro “el origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”; ese momento donde empieza a producirse la historia y las relaciones de poder. Engels y el propio Marx habrían estado encantados con Negan, el personaje que, como un sátrapa del Creciente Fértil, establece el poder mediante el garrote, cobra tributos, aplica leyes según su propio código y sostiene un ejército con los excedentes de producción. El hombre del bate con alambre de púas es una especie de Hammurabi que trata de poner orden, prefiere esclavizar a sus contrincantes en vez de matarlos, y empieza a formar en pequeño estado esclavista. Al igual que en la historia, todo esto sucede en la cercanía de un río que permite tierras arables y buen nivel de producción agrícola.

 

Una variación de este tema es un spin off completamente fuera del determinismo histórico, denominado Fear the Walking Dead. El primer día de la serie transcurre en un mundo normal, en una familia donde nadie cree que los problemas del choque entre la adolescencia y los adultos puedan ser la punta de algo más. Empiezan los pequeños incidentes, las rebeliones producidas por el extraño virus que ataca a algunos y que parte en comunidades marginales de jóvenes que se juntan a consumir drogas en espacios abandonados por la urbe. La policía y el Estado todavía existen, pero son cada vez más impotentes en la mantención del orden y de la tranquilidad de los ciudadanos. Las actividades comerciales sufren cada vez más interrupciones, ya sea por los nuevos zombies o por los propios humanos asustados que creen más en los rumores. Pareciera que viene el caos, pero nadie sabe cuándo. 

La clave de estas series está en una palabra muy usada en las ciencias sociales, término que, además, se ha convertido en el símbolo de estos tiempos: anomia. La sola amenaza del fin provoca el caos y la suspensión de las reglas. No son los zombies los que destruyen la sociedad, sino el temor a estos. El desorden y el caos de estas ficciones tienen un parecido peligroso con lo que hemos vivido en Chile desde el 18 de octubre. 

El sociologo Ulrich Beck escribió, inspirado en la crisis de Chernobyl, un tratado que ha agarrado nuevos bríos en estos tiempos del poder diluido. En La sociedad del riesgo Beck describía un mundo con constantes choques entre una sociedad normativa y los ciudadanos conscientes de su individualismo, y por tanto desconfiados de cualquier institución representativa. Una de las reflexiones que hace Beck es cuánto configura la vida moderna el temor al futuro desconocido. En Fear the Walking Dead, el miedo a una civilización que pareciera que va a caer mueve más que la propia historia, e incluso que las convenciones sociales. Sabemos, como omniscientes que somos en materia de series de TV, que ese mundo va a desaparecer. Pero ellos no. 

Otro sociólogo de moda en estos tiempos, Zygmunt Bauman, se hizo famoso con su teoría de la sociedad líquida, donde ninguna norma, simbolizada por ladrillos sólidos, podía contener la expansión de las energías sociales. El mundo, descrito por Bauman como algo líquido, se vuelve incierto, al no poder ser contenido y tener formas cambiantes. Y en una predicción increíble de Bauman de la ficción del mundo de zombies, plantea que esas incertezas no afectan a los sectores más desposeídos, sino a personas de clase media, con vínculos familiares sólidos, profesiones y buenas casas. El apocalipsis que se aproxima en el horizonte no se entiende, provoca anomia, pasan a estado líquido las conexiones que hacen posible el entramado de las familias, ciudades, sistemas políticos y naciones. Si el mundo pasa a no tener ninguna forma estable en el tiempo, no solo se vuelve imposible contener la desgracia, sino que no se puede predecir hasta donde permanecerá la tierra firme en este diluvio de caos.

Las revueltas en las calles de los capítulos de Fear the Walking Dead tienen un cierto parecido a las narradas en la película Joker, y sin duda a lo que hemos vivido en estos últimos meses. Se rompen los semáforos, como ocurre en las cercanías de la Plaza Italia, pero también en Hong Kong, Barcelona, París o Beirut. En todas estas ciudades pareciera ser el descontento la energía que lleva a los ciudadanos a romper todo en las calles, y si bien el origen del temor no es el mismo, el fenómeno de anomia parece calcado. Al final del día, el mundo en que vivimos, con empleos precarios, incertidumbre hacia el futuro o temor de un caos ambiental en medio de climas extremos hace pensar a muchos en las nuevas generaciones.

 

Las revueltas pueden ser entendidas como metáforas de lo que está pasando. Y pueden también ser leídas como una lección para los gobiernos. En Fear the Walking Dead, las fuerzas del orden público y el propio Estado son incapaces de contener el caos, porque simplemente no lo entienden. La transformación en zombie parece una especie de enfermedad altamente contagiosa, como la peste negra de tiempos medievales, que va de ciudad en ciudad sin respetar nada. Tampoco las razones de las explosiones sociales son correctamente entendidas por los Estados. El caso chileno, donde un llamado informe de “Big Data” provisto por un millonario culpa a los ritmos pop coreanos de la agitación juvenil, muestra que el nivel de incomprensión a la calle es similar al que tenía el gobierno estadounidense ante el llamado virus zombie.

El problema no es solo chileno, o de la supuesta incapacidad de quien ocupa el cargo de Presidente. El muy lúcido y mediático Emanuel Macron tampoco logra entender la calle, hasta tal punto que cede y cede sin tener siquiera idea de cuáles son los flujos de los chalecos amarillos. El gobierno chino, uno de los más tecnologizados y que mantiene como hijo malcriado a Hong Kong también se ve impotente ante los jóvenes que se han tomado las calles de la ciudad más próspera de Asia. El manifiesto comunista diría un que un fantasma recorre el mundo, pero en realidad es más certero decir que son los zombies del temor al futuro los que recorren las calles de las ciudades.

Esa incerteza que nos plantea el spin off de Darabont, más propia de las teorías postindustriales de Bauman o Beck, se hace más parecida a lo que vivimos y, por tanto, más temible. De ahí se explica que lo que sería una sola temporada de Fear the Walking Dead —para resolver el momento inconcluso del sueño del policía Rick Grimes— ya va por un quinto año. Así, en el universo de zombies de Darabont, mientras el protagonista sueña con su recuperación, en sus alrededores se desata la pesadilla, sin explicar en ningún momento de la serie como fue el paso de la normalidad al caos.

Mientras tanto, en The Walking Dead, la serie original (que ya va en una novena temporada) pasan los años, se establece una nueva normalidad y se avanza por un camino hacia un futuro mejor para lo que queda de humanidad. El miedo quedó atrás, los humanos aprenden a convivir con los zombies, y los problemas son más de las propias contradicciones de la nueva sociedad, descritas por Marx. La falta de miedo, y por tanto de atractivo de la serie, hizo a los realizadores pensar la nueva pesadilla del spin off. Al final del día, la sociedad teme más a Beck y a Bauman que al viejo Karl Marx. 

 

Carlos Correa Bau es ingeniero civil industrial de la Universidad de Chile y MBA de la Universidad de Tulane. Fue subdirector y director (S) de la Secretaría de Comunicaciones del Gobierno de Chile durante el segundo mandato de Michelle Bachelet. Actualmente es director ejecutivo de la consultora Qualiz, profesor de Estudio de Audiencias y Comunicación Estratégica de la Universidad Diego Portales y columnista de La Tercera