Carta al director publicada el viernes 12 de junio de 2020 por El Mercurio.

Señor Director:

A propósito del reciente vandalismo contra una estatua de Churchill (y de la remoción de múltiples otras), Juan Luis Ossa hace notar las fatales consecuencias que se siguen del “presentismo”. Concuerdo, naturalmente, en que nadie se salva si evaluamos el pasado con los criterios morales dominantes de hoy, y cabría añadir que las consecuencias del racismo en el mundo habrían sido considerablemente mayores sin un Churchill.

Por lo demás, ni siquiera para figuras inequívocamente siniestras borrar el pasado es la única salida. En Hungría, por ejemplo, las estatuas de la era soviética se encuentran relegadas a un parque alejado del centro de Budapest. No se eliminan, pero tampoco es necesario que quien perdió a sus padres en el Gulag se las cruce cada día. El espacio del recuerdo tampoco equivale ahí a un podio de honor.

En el caso de Churchill, con todo, se hace visible junto al presentismo otro problema: la incapacidad de lidiar, respecto del pasado tanto como del presente, con las zonas grises (y a veces muy oscuras) de los grandes hombres. Es difícil ver cómo en medio de tal mentalidad —proclive a generar algo así como santos mediocres— podrán emerger dirigentes políticos de la magnitud que se requiere para enfrentar las crisis del presente. Después de todo, si recordamos a hombres como Churchill, no es porque sean figuras enteramente virtuosas (los grandes suelen estar plagados de miserias), sino porque fueron capaces, a pesar de ello, de articular movimientos gigantes y necesarios de reconstrucción.