Carta al director publicada el 2 de junio de 2020 por La Segunda.

Los casos de racismo y discriminación en Estados Unidos debieran conducirnos a reflexionar sobre nuestra propia situación. En Chile, uno de los grupos que sufre este tipo de agresiones es el de los inmigrantes. El asunto se vuelve urgente si consideramos que las proyecciones indican que, producto de la crisis económica, aumentaría el ingreso de extranjeros. 

En nuestro país es complejo plantear debates en torno al fenómeno migratorio: este es, al mismo tiempo, idealizado por unos y caricaturizado por otros. Así, es común que los conflictos entre inmigrantes y chilenos se expliquen, de manera reduccionista, a través del racismo y la discriminación, cuando no todos los problemas surgen de esas categorías. Acudir a ellas como una respuesta preconcebida ante las dificultades es el camino fácil, pues restringe asuntos complejos a una sola dimensión. Basta recordar las piedras, empujones y gritos afuera de un cité de Quilicura hace algunas semanas entre unos inmigrantes haitianos con coronavirus que se negaban a tomar los resguardos sanitarios y un grupo de chilenos que vivía cerca del lugar. 

Debatir sobre los conflictos que provoca el fenómeno migratorio no debiera ser considerado un juicio de valor en contra de la inmigración, sino todo lo contrario. La única forma de integrar a quienes llegan es enfrentando las dificultades que supone su adaptación a una cultura ajena. Hay chilenos que sufren tensiones reales vinculadas a la inmigración, que no nacen de miedos irracionales, pero que se terminan convirtiendo en ello cuando el sistema político es incapaz de dar respuestas a sus problemas. Al evadir sus inquietudes solo alimentamos los prejuicios en contra de los inmigrantes y exacerbamos las reacciones que, paradójicamente, buscamos combatir.