Carta publicada el martes 28 de abril en La Segunda.

Se ha comentado la urgencia de que el oficialismo adopte una actitud reformista que
permita ajustar el itinerario constitucional a las complejas condiciones que enfrentará el
país en los próximos meses. Esto incluye reformas a instituciones que no están alojadas en
la Constitución, como las isapres y el Sename.

Sin embargo, no podemos olvidar la importancia de una oposición a la altura del delicado
escenario venidero. Particularmente, el coqueteo de algunos de sus dirigentes con un nuevo
auge de las movilizaciones, y el escaso poder de agenda demostrado en estos meses,
parecen revelar una carencia más profunda. Basta ver el amago de acusación constitucional
contra el ministro Jaime Mañalich o la imposibilidad de un acuerdo administrativo para
conformar la mesa de la Cámara de Diputados.

La fragmentación opositora en grupos cada vez más lejanos entre sí quizá deriva de la
ausencia de un proyecto político robusto: desanclados de los éxitos e incapaces de suplir las
sombras de la Concertación, la amplia centroizquierda se mueve en círculos, con un
acuerdo muy limitado y acotado a los medios para el cambio institucional (plebiscito y
asamblea constituyente); un acuerdo, al parecer, inexistente en los fines sustantivos que
persigue.

Mientras permanezca esa confusión, es poco lo que la centroizquierda puede ofrecer al país.
Sin un proyecto común, lo único que mantiene la unidad es la cacería de chivos expiatorios,
que puede acaparar retweets, pero que, lamentablemente, no sirve para gobernar.