Columna publicada el 11.11.18 en El Mercurio.

Finalmente, y después de varias semanas de accidentada tramitación, el proyecto Aula Segura se apronta a ser aprobado por la Cámara de Diputados. La Democracia Cristiana entregó su apoyo al entender que no tenía sentido eternizar una discusión favorable al Gobierno. En cualquier caso, y más allá de los detalles, esta iniciativa bien puede marcar un punto de inflexión para la gestión oficialista, al sugerir un camino que puede ser fructífero.

Por de pronto, Aula Segura le dio al piñerismo una oportunidad inmejorable en un terreno que nunca le ha sido fácil: control de la agenda y capacidad de rayar la cancha. El oficialismo tomó un tema candente y fijó los ejes del debate, dejando a la oposición sin capacidad de articular algo así como una respuesta. De hecho, la centroizquierda nunca consiguió dar con un registro adecuado que le permitiera salir de la dicotomía planteada por el Gobierno. De algún modo, pagó el costo de años de actitud complaciente para con la violencia estudiantil, actitud que -dicho sea de paso- ha tenido resultados devastadores en varios colegios.

En parte por lo mismo, Aula Segura logró conectar con un sentimiento mayoritario. Si no estamos dispuestos a recurrir a todos los medios necesarios para que nuestros profesores puedan trabajar con una mínima tranquilidad, entonces mejor cerrar por fuera. Por extraño que parezca, la oposición se complicó en la respuesta a esa interrogante. Es cierto que la disyuntiva es simple, y también que el Gobierno exacerbó por momentos la retórica, pero la verdad es que así son todas las preguntas políticamente operativas. La oposición inventó excusas, trató de cambiarle el nombre al proyecto, obstruyó la tramitación y se deshizo en alambicadas explicaciones que solo la complicaron. Guste o no, esos enredos fueron leídos como una muestra más de laxitud frente a la violencia, alimentando así el molino oficialista. Como si todo esto fuera poco, la iniciativa tuvo un apoyo cerrado de la derecha, sector que suele paralizarse en discusiones vanas y estériles.

Naturalmente, el desafío pasa por proyectar este buen momento hacia el futuro. Aunque es evidente que pocos temas tendrán las características de Aula Segura, queda una lección relevante: lo técnico siempre debe ir de la mano con lo político. En otras palabras, toda iniciativa debe inscribirse en una narrativa más amplia que la haga viable. Esto cobra especial valor si recordamos que las divisiones de la centroizquierda serán cada día más agudas -allí hay más de un proyecto, y eso no tiene vuelta-, y el Gobierno debería estar muy atento a las infinitas posibilidades de explotar ese flanco. En ese sentido, no es casualidad que el rostro de Aula Segura haya sido Marcela Cubillos. Se trata de una política de oficio, que no vino a improvisar ni a aprender al Mineduc. Aunque el Presidente tiene una tendencia a desdeñar la dimensión política de la realidad -llegó a pensar, en un primer momento, que podía prescindir de la experiencia política en esa cartera-, parece claro que ese camino no tiene destino.

Cuando el oficialismo no controla la pauta, entra en períodos difíciles, casi depresivos. Pierde con mucha velocidad el carácter y la dirección; y esos son, sin duda, los peores momentos del piñerismo. El barco se desorienta, navega al garete, y solo atina a reaccionar a una coyuntura que no controla. De hecho, esta misma semana pudimos ver un contraste muy nítido, pues el tema Palma Salamanca dejó ver la peor cara del Ejecutivo. En efecto, una resolución más que esperable dejó al gobierno pasmado, sin respuesta, y puso en evidencia el inexplicable hecho de que en ochos meses nadie se haya molestado en nombrar a un embajador en París (a sabiendas de que esta cuestión estallaría tarde o temprano). Dicho en corto, pura improvisación. La diferencia en el manejo de uno y otro caso es elocuente.

Con todo, el Ejecutivo también debería estar consciente de que el éxito de Aula Segura es tan rotundo como acotado. La seguridad es un factor importante, pero no puede ser el único elemento de la caja de herramientas. En este punto, se hace indispensable elaborar un discurso más sofisticado, capaz de asumir los múltiples desafíos que enfrenta nuestra educación, y en particular nuestra educación pública. La administración anterior no se cansó de insistir en cuestiones legales y financieras, pero -paradójicamente- habló muy poco de educación. Por mencionar sólo algunos ejemplos, el lugar de los padres al interior de la comunidad escolar, el fomento a la diversidad de proyectos educativos, la autonomía de los colegios, el papel que las nuevas tecnologías deben (o no) tener en el proceso pedagógico, son todos temas en torno a los cuales la derecha puede (y debe) tener un discurso que vaya mucho más allá de la seguridad. Ese es el modo de transformar un triunfo importante pero puntual en un discurso con auténtica capacidad de proyección y articulación política.