Columna publicada el 22.04.18 en El Mercurio.

Luego de cinco semanas en el poder, el Gobierno ya empieza a mostrar algunos síntomas preocupantes. Así, ha logrado la extraña proeza de ocultar sus aciertos reales, como la prioridad otorgada al Sename y la migración, a partir de una extraña acumulación de errores más o menos infantiles. Si hasta hace pocos días el Presidente había quedado al margen de las fallas, el enigmático nombramiento de su hermano como embajador en Argentina ha vuelto a ponerlo en la primera línea de fuego (obligando de paso a muchos personeros oficialistas a gastar valioso tiempo tratando de explicar lo inexplicable). A eso hay que sumarle las desafortunadas declaraciones del ministro de Justicia, las salidas de libreto del encargado de Economía, y el humor diferente del titular de Educación. No ha faltado tampoco el diputado que profiere frases inaceptables, generando una batahola de aquellas que creíamos olvidadas.

Cada uno de estos hechos ha capturado -en mayor o menor medida- la agenda mediática, y eso no tiene nada de casual. En efecto, más allá de la inexperiencia de algunos involucrados o del necesario período de ajuste, aquí parece haber un fenómeno más profundo, y a estas alturas casi endémico. El Gobierno está mostrando indicios tempranos de una enfermedad que ya aquejó a la derecha hace ocho años, y que guarda relación con la escasa capacidad para fijar los ejes de la discusión. Más allá de las buenas intenciones, la voz del Ejecutivo es débil, y de hecho le cuesta mucho competir con el ruido ambiente. Aunque es cierto que el Gobierno está recién partiendo, en algún sentido eso agrava la dificultad: uno puede preguntarse cómo diablos se enfrentarán problemas de otro calado, que inevitablemente irán apareciendo. La interrogante central es si acaso el Ejecutivo tiene alguna idea del lugar hacia dónde le interesa dirigir la discusión, y con qué medios. ¿Cuál es la estrategia y cuáles son los objetivos, que uno supone fueron pensados una y mil veces en la oficinas de Avanza Chile? ¿Dónde están los proyectos y los énfasis que durante tanto tiempo se prepararon?

El problema se complica aún más si recordamos la responsabilidad histórica que recae sobre Sebastián Piñera. Habiendo recibido un respaldo electoral inédito para la derecha, y con una izquierda dividida como nunca, el mandatario está obligado a proyectar la coalición hacia el futuro. Eso exige la elaboración de un discurso y de un tipo de acción capaz de articular la diversidad de Chile Vamos. Sin embargo, hasta hoy solo hemos visto disputas centradas en cuestiones morales, que solo dividen al sector y que, además, parecen girar más en torno a una lucha de egos que otra cosa. Al mismo tiempo, José Antonio Kast ejerce sobre la derecha de la coalición una presión imposible de ignorar.

En ese contexto, el Gobierno ha intentado levantar, con mucha timidez, una agenda vinculada a las urgencias sociales. Sin embargo, esta aún no adquiere la fuerza suficiente para ordenar la discusión (¿dónde está el ministro Alfredo Moreno?). Es como si faltara decisión para impulsarla de forma resuelta, pues tiende a diluirse con suma facilidad. En rigor, dicha agenda solo tiene sentido si se entiende correctamente la palabra urgencia: hay chilenos que no pueden esperar, y merecen auténtica prioridad. Esa prioridad debe traducirse en un discurso asumido por el conjunto del oficialismo, sin voces disonantes. Mientras el Gobierno no muestre más convicción en torno a ese eje, está condenado a moverse al vaivén de vientos que no maneja, como una veleta. Por lo demás, sin una conducción política efectiva, su propia base de apoyo se desangrará en divisiones estériles y anécdotas tan sabrosas para la élite como alejadas de nuestros problemas. Naturalmente, un cuadro de ese tipo no tiene nada de auspicioso, pues la derecha sería nuevamente incapaz de ofrecer algo así como un marco de comprensión de la realidad.

La naturaleza, decía Aristóteles, le tiene horror al vacío. Si el Gobierno no tiene nada sustantivo qué ofrecer, otros lo harán en su lugar. Ya sabemos cómo termina esa historia.