Columna publicada el 10.04.18 en La Segunda

“La primera confrontación de ideologías que ganamos en el sector”. Con esas palabras y sin ocultar su satisfacción, el presidente de Evopoli, Francisco Unduraga, describió la decisión adoptada por el gobierno sobre el proyecto de identidad de género.

¿Tiene razón Undurraga?

A primera vista, parece difícil negarlo. El apoyo de Sebastián Piñera a este proyecto de ley, menores entre 14 y 18 años inclusive, asoma no sólo como una victoria del partido fundado por Felipe Kast. Al decir de la cátedra estaríamos, más aún, en presencia de un nuevo paso en el esfuerzo por renovar y ampliar las ideas del oficialismo.

Pero ya lo sabemos: las apariencias engañan.

En rigor, lo ocurrido con esta polémica manifiesta una profunda desorientación, tanto de Evopoli como de La Moneda. El problema no consiste sólo en el curioso modo de azuzar la división de Chile Vamos en la materia. Las dificultades tampoco se agotan en la selectiva indiferencia ante la evidencia empírica (la inmensa mayoría de los menores de edad superan la disforia de género en la adultez, tal como reconoce la propia Asociación mundial de profesionales por la salud transgénero). La confusión es todavía más profunda.

Y es que ambos, Evopoli y La Moneda, han subrayado –con razón– la relevancia de poner a los niños primero en la fila. Pero esto supone, ante todo, tratarlos como lo que son: seres humanos particularmente dependientes y vulnerables. Eso y no otra cosa es lo que justifica brindarles un cuidado preferente. Al aplicarles, en cambio, el paradigma de la soberanía absoluta e ilimitada del individuo, se ignora impunemente lo anterior, socavando el fundamento de su prioridad política.

Pero eso no es todo. Al asumir dicho paradigma, además, el gobierno abraza una antropología con aroma emancipatorio, no muy lejana del ideal que sustenta los planteamientos más disruptivos del Frente Amplio. Así, la derecha comienza a seguir una lógica que inevitablemente debilitará su proyecto político. ¿Qué noción de responsabilidad puede defenderse una vez que se otorgan tamañas potestades a los menores? ¿Acaso se cree que tal concepción de la soberanía individual no afectará la autonomía e idearios de aquellos grupos y asociaciones que el oficialismo suele defender?

Nada de esto es trivial. Apenas transcurrido un mes desde el cambio de mando –y no obstante la contundencia del triunfo electoral– el gobierno ya sucumbió a la tentación y cedió ante la incesante reivindicación de derechos que hoy azota la esfera pública. ¿La justificación, coherencia y consecuencias del caso? A nadie parece importarle demasiado: no estamos para sutilezas.

Y eso es, ni más ni menos, lo que celebra Undurraga.

Vaya triunfo cultural.