Columna publicada en La Segunda, 02.01.2018

¿Cómo explicar la irritación de Giorgio Jackson ante la idea de aprobar un feriado por la visita del Papa Francisco? Después de todo, es curioso que quienes han convertido la “superación del neoliberalismo” en su principal bandera política ahora invoquen, repentinamente, la focalización del gasto y los costos alternativos. ¿Acaso no debieran alegrarse Jackson y compañía por el hecho de que ciertas decisiones públicas privilegien otras consideraciones socioculturales?

El fenómeno es relevante, porque manifiesta algunas tensiones y debilidades de la nueva izquierda. Por de pronto, aunque las alusiones al “pueblo” con frecuencia inundan sus discursos, este tipo de polémica ratifica la enorme distancia que separa a las élites del Frente Amplio —y no sólo a ellas— del Chile profundo que creen representar (como en tantos temas actuales, aquí conviene revisar “Cultura y modernización en América Latina” y “Textos sociológicos escogidos”, del felizmente reeditado Pedro Morandé).

Pero hay más. La crítica de Jackson —que incluyó mofas e ironías sobre la “libertad de credo religioso”— también vuelve a confirmar que, más allá de la retórica, su proyecto político se encuentra imbuido de una dosis no menor de individualismo cosmopolita. Es muy difícil comprender el significado del hecho religioso sin antes reivindicar la vitalidad de la sociedad civil y la existencia de auténticos bienes comunes. Pero, tal como se ha observado en otros debates, la nueva izquierda no sólo impulsa un crecimiento indiscriminado del aparato estatal o sus lógicas, sino que además abraza una visión simplista de los derechos individuales, que suele excluir cualquier argumento adicional.

Paradójicamente, el mensaje de Francisco apunta justo en sentido contrario. Sin duda, una parte importante de la derecha se incomodará con sus objeciones a la racionalidad instrumental y a determinados modos de vida que difunde el mundo contemporáneo. Pero una porción tanto o más grande de la izquierda criolla, comenzando por sus nuevos liderazgos, harían bien en leer y meditar los escritos del Papa Bergoglio. Así podrían advertir no sólo que es posible cuestionar ciertos aspectos de nuestra modernización sin asumir perspectivas individualistas, sino también que, a fin de cuentas, es el único modo de hacerlo sin caer en la misma clase de dificultades que se dice combatir.

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